Mariam de Jesús Crucificado (1846-1878) es una santa carmelita descalza palestina. También es conocida como “la arabita” y con su nombre seglar: Mariam Baouardi. Debemos tener en cuenta que María en hebreo es Miriam y en árabe Mariam, y por ello se la encuentra en diversos textos llamada indistintamente de esas formas.
Ella misma se llamaba “pequeña nada”, y vivió en extrema humildad bajo el manto de la Virgen del Carmelo. Toda su vida fue un prodigio de Dios, quien le otorgó Gracias extraordinarias, entre ellas: éxtasis, levitaciones, estigmas, bilocación, posesión angelical, don de poesía…Solía decir “La fe nos basta. En ella no hay orgullo. Valoro tanto la gracia de ser pobre e ignorante, pues esta me hace comprender la bondad y la Misericordia de Dios que, siendo grande, quiere ocuparse de mí.”
Ella es un ejemplo de lo que el Amor de Dios es capaz de conseguir de un alma que se abre por completo a Él. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 13 de noviembre de 1983 y canonizada el 17 de mayo de 2015. Su fiesta se celebra cada año el 25 de agosto.
Su nacimiento e infancia
Sus padres -Georges Baouardi y Marie Chahyn- eran de religión católica. Varias veces se vieron despojados de sus bienes por los contrarios a su religión, enviados a la cárcel o al exilio. Habían visto morir prematuramente a doce hijos, frutos de su santa unión, un trauma que les ocasionó una profunda herida en sus corazones.
Durante uno de sus exilios en Abellín, su madre tuvo la inspiración de pedir al Señor una hija -anhelo que su marido compartía- por lo que emprendieron una peregrinación a pie de 170 km a Belén para pedirle descendencia a la Virgen. La Santísima Virgen escuchó sus plegarias y les dio una hija que fue bautizada con el nombre de Mariam y así es como la historia de esta extraordinaria niña comienza con su nacimiento el 5 de enero de 1846.
Algunos años después Dios les dio a sus padres otro hijo al que llamaron Pablo.
La pequeña Mariam no tenía aún los tres años cuando El Señor le concedió gracias singulares. Siempre con Dios en sus pensamientos se la veía alejarse del ruido y de la gente en busca de la soledad, suspirando como un alma tocada por la nostalgia del Cielo.
El Señor no tardó en someter a esta niña tan joven a pruebas muy dolorosas que no olvidaría jamás. Su padre cayó gravemente enfermo y Dios lo llamó a su lado, aunque recibió antes los últimos sacramentos con la más viva fe. Cuando sintió que el fin se acercaba, llamó a Mariam, la cogió del brazo y mirando una imagen de San José le dijo: “Santísimo mío, he aquí a mi hija. Su madre es la Santa Virgen, te ruego que veles vos también por ella, sé su Padre”. Después de pronunciar esa súplica, el padre expiró. Era sábado, día consagrado a Nuestra Señora. Su esposa no pudo sobrellevar esta pérdida tan dolorosa y falleció también un sábado. Desde entonces Mariam relataba como el salmista: “Mi padre y mi madre me han abandonado, pero El Señor me ha acogido bajo su protección”.
Un tío paterno se la llevó a su casa en Abellín, y su hermano se fue con una tía materna que vivía en los alrededores del mismo pueblo. Nada le faltaba en esta nueva familia, y sin embargo sufría mucho por ser huérfana y recordaba frecuentemente que la Santísima Virgen era la madre de los huérfanos. Cada sábado, desde los cinco años, la pequeña ayunaba en su honor y no probaba bocado hasta la cena. Rechazaba cualquier plato que le presentaban argumentado que le haría mal -al alma, pensaba ella- y sus tíos optaban por no forzarla ya que creían que estaba enferma.
Mariam tenía un profundo sentido de la limpieza. Un día, al darse cuenta de que los pájaros que le habían regalado no se lavaban nunca, quiso ayudarlos haciéndolo ella y todos murieron. Apenada, los enterró en el fondo del jardín. Mientras se ocupaba de esta tarea, escuchó una voz que le dijo: “Es así como todo en esta vida pasa. Si me entregas tu corazón, Yo estaré siempre contigo”. Esta sentencia se le quedó grabada en el alma y fue la que más repitió durante su vida, “Todo pasa”.
El deseo de sufrimiento se despertó en ella a la edad de los seis años, cuando le pidió al Señor morir mártir para ir más rápido al Cielo.
Un hecho probó como El Señor, a través de esta niña, salvó a toda su familia. Ella misma nos lo cuenta: “Mientras dormía, me pareció ver como un hombre que vendía pescado entraba en casa de mi tío. Algo me dijo que ese pescado estaba envenenado y que todos aquellos que lo comieran morirían. Mi sorpresa fue ver que a la mañana siguiente ese mismo hombre vino con un pescado muy similar al que vi en mis sueños. Entonces, le conté todo a mi tío quien no quiso escuchar las fantasías de una niña y compró el pescado con intención de cocinarlo. Insistí de nuevo con lágrimas en los ojos para que me dejara ser la primera en probarlo, esperando así salvar a los míos. Mi tío finalmente cedió. Hizo examinar cuidadosamente el pescado y comprobó efectivamente que estaba envenenado. En el fondo de mi corazón bendigo a Dios por haber revelado a una pequeña nada como yo el medio para evitar la muerte de mi familia”.
Mariam se niega a casarse
Cuando cumplió trece años su tío la prometió con uno de sus parientes. Sin embargo, ella había ofrecido tiempo atrás su virginidad a Dios y cuando se enteró del matrimonio, se negó rotundamente. Llorando inconsolablemente le pidió a su Madre del Cielo que la asistiera y sintió una voz que le dijo: “Mariam, siempre estoy contigo, sigue la inspiración que te doy, ella te ayudará”. Mariam se levantó llena de coraje y se cortó el cabello.
Con motivo de la boda se celebró una cena y era costumbre que la novia, adornada con joyas, sirviera café a los invitados. Mariam, en lugar de café, presentó a su tío una bandeja con sus cabellos entremezclados con joyas. Su tío, enfurecido, la insultó y los invitados tomando la actitud de ella como algo pasajero, la incitaron a que obedeciera la voluntad de sus tíos, pero ella se mantuvo inflexible.
Su tío la castigó en vano enviándola con los esclavos de la casa y tras haber ordenado que la maltrataran, la alejó de la Iglesia y de los Sacramentos, pero ella lo resistía todo: “Tratada como la última de los esclavos en términos de comida y vestimenta, separada de los míos, ocupada con los trabajos a los que no estaba acostumbrada, privada de la Misa y los Sacramentos, abandonada y condenada por todos, mi alma derrochaba alegría, mi coraje crecía con cada prueba a la que me enfrentaba, pues me decía que mis sufrimientos no eran comparables a los de Jesús”.
Martirio y milagrosa curación
Después de tres meses viviendo en una constante humillación, el deseo de volver a ver a su hermano la empujó a escribirle para que fuera a visitarla. Mariam hizo escribir una carta para llevársela a un hombre turco que residía no muy lejos de su casa y que se encontraría con Pablo. Al conocer bien a la madre y a la esposa de este hombre, Mariam no tuvo miedo en ir sola a buscarlo. Tras entregar su carta, la joven quiso retirarse, pero estas personas le pidieron que compartiera con ellos la cena y ella aceptó para complacerlos. Ya había entrado la noche y como era de esperar, conversaron de lo injusto y cruel que era el tío de Mariam. El turco reprendió esta conducta con dureza, pero dio un giro inesperado a la conversación y dijo:
-Mariam, ¿por qué ser fiel a una religión que inspira tales sentimientos? Adopta la nuestra.
-Jamás, exclamó Mariam con energía. Soy hija de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y espero, con la Gracia de Dios, conservar hasta la muerte mi religión, que es la única y verdadera.
El turco, herido por su fanatismo y lleno de ira, le dio una patada a Mariam para derribarla y con su espada, le hizo un corte en la garganta. Con la ayuda de su madre y de su esposa, envolvió a la niña en una gasa y sacándola afuera, la arrojó en un lugar apartado, al abrigo de las tinieblas.
Mientras este crimen se consumaba en el cuerpo de Mariam, su alma experimentó un estado místico: “Creía estar en el Cielo. Veía a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos acogiéndome con gran bondad, también veía entre ellos a mis padres. Podía ver el resplandeciente trono de la Santísima Trinidad y a Jesús en forma humana. Yo gozaba de todo lo que veía cuando de repente alguien se acercó para decirme: “Eres virgen, en efecto, pero tu historia todavía no ha llegado a su fin”.
Apenas había terminado de pronunciar estas palabras cuando la visión terminó y volví en mí. Me encontraba en una pequeña cueva solitaria sin saber quién y cómo me habían traído. Tendida sobre un camastro, noté que a mi lado se hallaba una religiosa que tuvo la caridad de coser la herida de mi cuello. Nunca la vi comer ni dormir. Siempre estaba de pie, junto a la cabecera de la cama, para cuidarme en silencio con el más grande de los afectos. La mujer llevaba puesto un bonito vestido azul cielo, luminoso y tornasolado, y su velo era del mismo color.
Estuvo en ese lugar alrededor de un mes, no comió nada durante ese período. La religiosa solo le humedecía los labios con una esponja blanca como la nieve. El último día, la mujer le sirvió una sopa exquisita, nunca había probado nada igual. Una vez terminada la ración, Mariam quiso repetir, entonces la religiosa, que resultó ser la Santa Virgen, rompiendo el silencio le dijo: “Es suficiente por ahora Mariam, más tarde os daré de nuevo. Evitad ser como aquellas personas que nunca tienen suficiente. Repetíos siempre: “Es suficiente” y el Buen Dios que todo lo ve velará siempre por vuestras necesidades. Huid de la tristeza, a pesar de los sufrimientos que podaís padecer, y Dios, con su infinita bondad, os proveerá de todo lo necesario. Jamás escuchéis al demonio: recelad de él, pues es muy astuto. Cuando le pidáis algo al Buen Dios, no esperéis que os lo conceda de inmediato, pues os desafiará para probar si vuestro amor por Él sigue intacto. No obstante, siempre os complacerá, para contentaros y así podáis seguir venerándolo. Mariam, no olvidéis jamás las gracias que El Señor os ha concedido. Si algo malo os ocurre, pensad que es Dios quien quiere que suceda así. Sed caritativa con el prójimo, amadlo más que a vos misma. No volveréis a ver a vuestra familia. Iréis a Francia, donde os haréis religiosa; primero seréis hija de San Jośe y después de Santa Teresa. Tomaréis el hábito del carmelo en una congregación, profesaréis en otra y moriréis en una tercera, en Belén. Vuestros tíos os buscarán, vos misma sentiréis la tentación de ser encontrada. Resguardaos bien, de lo contrario no tendréis más sopa. Sufriréis mucho durante toda vuestra vida, os convertiréis en signo de contradicción”.
Mariam estaba recuperada, pero la huella de su herida permaneció siempre visible en la parte delantera de su cuello, medía alrededor de diez centímetros de largo por uno de ancho.
La Virgen condujo a Mariam a una Iglesia de Alejandría para confesarla y la dejó allí. Luego de hablar con el sacerdote, éste la confió a un obispo que estaba de paso por Alejandría. Ella le contó a aquel obispo su historia, él la vistió con ropa adecuada y la acompañó en peregrinaje a Jerusalén y le propuso llevarla a Roma para entrar en una congregación. Pero el deseo de ver a su hermano hizo que rechazara esta proposición. Sin embargo, una gran tormenta impidió que su barco llegara a destino, por lo que tuvo que volver a Alejandría.
A partir de ese día, Mariam se vistió con ropaje de sirvienta para no ser reconocida y comenzó a trabajar como empleada doméstica en distintas ciudades. Cambiaba de casa muy seguido a medida que sus dueños le tomaban cariño. Los hogares en los que había más sufrimiento eran donde ella permanecía más tiempo y en cada uno de ellos era conocida por los milagros de sanaciones y prodigios que Dios obraba a través de ella.
Mariam llega a Francia y tiene sus primeros éxtasis: visita Cielo, Purgatorio e Infierno
Cuando se encontraba en Beirut mandó a escribir una carta para que su hermano fuera a buscarla y esta carta llenó de alegría a todos los suyos, su tío partió en el primer barco para traerla de vuelta. Pero El Señor, que quería que la profecía de Mariam se cumpliera, hizo que una persona de Beirut le propusiera un trabajo en Marsella y ella aceptó. En cuanto llegó el tío y vio que ella no se encontraba, pensó que le había jugado una mala pasada y regresó a su ciudad maldiciéndola.
En la nueva casa donde trabajaba, sus amos le habían tomado mucho cariño y le permitían que se tomase el tiempo para asistir a los sacramentos y rezar. Allí, sus extraordinarias virtudes se multiplicaron y tuvo sus primeras experiencias místicas, la más larga fue en estado de éxtasis luego de comulgar y le duró cuatro días. Varios médicos fueron a verla y aunque emplearon varios remedios para despertarla, no lo lograron ni pudieron explicar qué le ocurría. Su rostro, aún sonrosado, mostraba que no estaba muerta.
Mariam, obligada luego a decir todo por obediencia contó la historia: “Me llevaron al Cielo. Allí vi a la Santa Virgen rodeada de ángeles y de innumerables vírgenes. Yo me veía muy pequeña, reducida a nada, y sin embargo sentía que todas aquellas almas me recibían con una gran alegría. Entonces, me postré ante la Santa Virgen y le dije: “Buena Madre, ¿dejarás que me quede aquí por siempre?”. Y Ella contestó: “Todavía os queda mucho por hacer”.
Una virgen me anunció que Dios le había encomendado mostrarme la gloria del cielo, así como aquello que pasaba en la tierra, en el purgatorio y en el infierno. Me hizo ver a Jesucristo, me mostró a los mártires y las almas que en su paso por la tierra habían padecido tribulaciones: “Cada uno lleva su propia cruz y cuando Dios ve que un alma acepta generosamente lo que Él le envía, Él mismo ayuda a esta alma a llevarla”, me dijo la virgen. Me mostró también a los buenos y santos sacerdotes y me dijo: “¡Oh cuánto ama Dios a los buenos sacerdotes! Qué contento queda cuando los ve celosos por Su Gloria, por la salvación de las almas. Los quiere tanto…Un número muy reducido de ellos sube aquí directamente sin pasar por las llamas del purgatorio”. Vi también a hombres y mujeres fieles a la vida cristiana que irradiaban luz.
La santa me dijo: “Lo esencial es aceptar con amor y con entera conformidad a Su voluntad, todo lo que El Señor nos envíe. En el infierno hay almas que pedían a Dios cruces y humillaciones. Dios los escuchó, pero ellas no supieron aprovechar estas gracias, el orgullo las perdió. No pidas nada, acepta con gratitud todo lo que el Buen Dios te envíe”.
“Cuántas ilusiones creamos cuando Dios nos envía la enfermedad. En vez de aceptarla nos decimos: “Ay si tuviera salud, haría tal cosa, tal obra por Dios, por mi alma…” Si pedimos la cura, que sea siempre de manera condicional: Dios mío, si es vuestra voluntad, si vuestra gloria lo exige, si el bien de mi alma lo pide…
Que el alma ame sin medida a Dios, ese Padre celestial, amable y compasivo, que ame más al prójimo que a ella misma, que ame a los pobres. Si solo tiene un trocito de pan, que lo comparta con ellos y la misericordiosa bondad de Dios le dará todo lo que necesita para el mañana y nunca le faltará nada. Que Dios sea el único por encima de todas las cosas, que esta alma no tenga otra ambición que no sea agradarle y cumplir Su santa voluntad. Que el alma que ame tanto a Dios y a su prójimo tenga siempre, sean cual sean las circunstancias, una confianza inquebrantable. Como todos los hombres que viven en la tierra son débiles, Dios permitirá que esta alma cometa faltas para que permanezca humilde. Que no se desanime, que se arrepienta, que confiese sus faltas al sacerdote, y Dios la perdonará. Oh si, que tenga confianza, sean cual sean sus pecados, que los confiese todos, y todos le serán redimidos”.
Vi también una multitud de niños inocentes, jóvenes y almas puras. Al mismo tiempo, vi a los demás elegidos sumidos en éxtasis, en la adoración. No tengo palabras suficientes para describir todo lo que vi, vi otras cosas que no puedo ni entender ni explicar.
La virgen que me acompañaba me dijo: “Mariam, esta fiesta es siempre nueva y perdurará eternamente, participaras algún día, pero aún no: tu historia no ha terminado. Saborea la vida que dura solo un instante, pues esta durará para siempre. En las pruebas y en los momentos de sufrimiento, no pierdas la confianza, déjate caer a ciegas en los brazos de Dios, y así, estarás más cerca de Él en el cielo”.
Luego me mostró la Tierra, que se veía pequeña. El Universo entero estaba encerrado en ese diminuto círculo. ¡Cómo se desvían los hombres! Si ellos supieran que solo son pasajeros de la tierra y que en cualquier momento podrían ser citados al tribunal de Dios…
Después la virgen prosiguió: “Ahora verás el Purgatorio, es un lugar cubierto de vegetación, muy espacioso, más largo que ancho. Hay infinidad de almas cuyas penas difieren entre sí. Unas son peores que los más crueles suplicios, otras son similares a una enfermedad en la tierra. No podemos ver fuego en el exterior, cada alma lleva su fuego con ella.”
La Madre de Dios desciende todos los sábados al Purgatorio acompañada de ángeles, a los que les hace liberar numerosas almas a través de sus espíritus bienaventurados, y estas almas liberadas siguen a la Dulce Reina como pequeños corderos. He visto un gran número de sacerdotes, obispos y religiosas.
“Ven a ver el infierno sin entrar”, continuó la virgen. Al verlo el Purgatorio me pareció un paraíso. Las almas del Purgatorio están sometidas a la Voluntad Divina, se alegran de ser purificadas por el fuego, por ser dignas de la visión beatífica. En cambio, en el infierno solo se oyen gritos horribles, imprecaciones y blasfemias. Los demonios parecían consternados al ver a la virgen que me guiaba, pues Satán estaba obligado a permanecer inmóvil como un vil esclavo en presencia de cualquier alma consagrada a Dios. Cuando veía un alma subir al Cielo, experimentaba arrebatos de ira.
Comprendí que el demonio se asemeja al viento. Cuando el viento sopla, lo cerramos todo, tapamos agujeros, grietas, todo con tal de resguardarnos. El alma debería tomar las mismas precauciones ante Satán, debería cerrarlo todo alrededor de ella para no dejar ningún acceso a este espíritu maligno.
Lo que más me impresionó en el infierno al principio, fue ver a las almas que se habían perdido por el vicio impuro. Estaban abrazadas por las llamas que tomaban la forma del ídolo que ellas habían amado erradamente en la tierra. Los avaros también estaban cubiertos por llamas imitando la forma del oro y de la plata. En cada condenado, la llama que lo envolvía se mostraba bajo la forma de un objeto causa de su condena. Vi almas de todas las clases y rangos”.
Durante aquel largo éxtasis de cuatro días, Nuestro Señor le pidió a Mariam que ayunara por un año a pan y agua, para expiar del prójimo los pecados de gula, y que vistiera de la forma más humilde posible para reparar en los cometidos por la vanidad.
Ingresa a la Congregación de San José y recibe los estigmas
Luego de este episodio, su confesor le ordena entrar en la orden de San José de la Aparición e ingresa al postulantado a sus 19 años como ayudante de cocina. Las Gracias extraordinarias se manifestaron allí completamente. Ella mostraba una humildad a prueba de fuego, un amor por las tareas más fastidiosas y una caridad sin límites.
Algún tiempo después, su maestra formadora le entregó una imagen de Jesús y la envió a rezar a la capilla. Allí Jesús se le apareció con sus cinco heridas y la corona de espinas de donde brotaba la sangre. De repente, Mariam vio brasas ardientes caer de las manos de Jesús y que iban a parar sobre la cabeza de los pecadores. La Santísima Virgen, de rodillas delante de Su Hijo Divino, le rogaba perdón para los culpables. Jesús, con profunda tristeza, le dijo a Su Madre: “¡Oh! ¡Cuánto han ofendido a mi Padre, cuánto han ofendido a mi Padre!”. Mariam se lanzó a los brazos de Jesús, llevó su mano hacia la llaga de Su Sagrado corazón y le exclamó: “Dios mío, dame por favor todos tus sufrimientos, pero ten misericordia de los pecadores”.
Tras este éxtasis, su mano estaba cubierta de sangre. Su maestra, testigo de este prodigio, le lavó la mano, en la que no había herida alguna. Desde ese día, Mariam padeció del costado izquierdo. Todos los viernes, ese costado sangraba y el Maestro Divino quiso completar sus favores concediéndole todos los estigmas. Sus pies y sus manos se hincharon y en el centro tenían protuberancias negras. Una corona de espinas se dibujó perfectamente alrededor de su cabeza, de la cual manaba sangre al igual que de sus manos y pies. Este prodigio se repitió varias veces durante la Santa Cuaresma ante los ojos de su maestra y hermanas.
Ella estaba convencida en su humildad, que El Señor le enviaba esta enfermedad, así la llamaba ella, para la expiación de sus pecados. Hacia el final de su postulantado, en ausencia de la superiora general, el consejo decidió que Mariam no podía ser admitida a la orden para la toma del hábito por sus dones extraordinarios.
El Carmelo de Pau
Mariam se unió al Carmelo de Pau en junio de 1867 y debemos mencionar la hermosa visión que ella misma cuenta al respecto:
“Vi a Jesús y a María y, a sus pies, a San José y a una mujer que no conocía. Fui a resguardarme bajo el manto de San José, pues la presencia de esta desconocida, aunque parecía una buena mujer, me asustó. Jesús y María miraban y sonreían. Y entonces la desconocida tomó la palabra: “Gran santo, nunca me has negado nada en la tierra: ¿podrás negarme algo en el cielo? Dame a esta niña”, dijo dirigiéndose a José.
San José alzó la mirada a Jesús y María, y me condujo entonces hasta esta desconocida, que entendí era Santa Teresa. Todos mis temores desaparecieron y amé a Teresa como a mi Madre”.
Esta visión se cumplió. Mariam, tras haber sido hija de San José, pasó a ser hija de Santa Teresa bajo el nombre de Mariam de Jesús Crucificado.
Tenía 21 años cuando se unió. Todo el carmelo le agradaba, la clausura, el silencio, la mortificación, la pobreza, las prácticas de humildad de la santa orden, y por encima de todo, la obediencia. La Eucaristía siempre fue para ella el imán más fuerte, sus éxtasis se sucedían con más frecuencia, el Espíritu de Dios la invadía incluso en presencia de las hermanas. Cada viernes de Cuaresma sus estigmas volvían a derramar sangre desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde. Los paños que le aplicaban se impregnaban de sangre en forma de cruz. Durante esas horas, sufría dolores insoportables y su sed era abrasadora. Sus manos y pies se inflamaban, la zona de los estigmas se enrojecía, su mejilla mostraba el rastro de la bofetada que le dieron a Jesús. Se sentía como golpeada, abandonada por todos. Y decía: “Gracias, Dios mío. Estoy preparada para sufrir aún más por los pecadores, por el Santo Padre y por la Iglesia”.
Estos estigmas abiertos le provocaban a Mariam un sentimiento de vergüenza. Un día en el que le suplicó a Jesús que se los quitara, Él le respondió: “Piensa en un rosal expuesto a la vista de todos, sus bellas rosas cautivan a todo el que se acerque con su exquisito perfume y este perfume no es para el rosal, sino para los demás. El rosal solo tiene para sí la madera y las espinas. Del mismo modo, elijo algunas almas para glorificarme en ellas, las gracias que les otorgo no son para ellas sino para los demás. Estas almas guardan para sí el sufrimiento, serán como la rosa que florece, se abrirán en el Cielo y desprenderán mi buen olor”.
Los consejos recibidos del Cielo
Cierto día, la novicia anunció que una procesión celestial desfilaría ante ella aquel mismo día. Hacia las 2 de la tarde la procesión apareció. Su alegría era desbordante. Cuando distinguió a San Francisco de Asís, exclamó: “Y tú también, Francisco, también tienes cinco rosas”, refiriéndose a sus estigmas. Fueron muchos los consejos que le dieron, nombramos algunos de ellos:
Santo Tomás le dio prácticas de fe:
– “¡Que bella y poderosa es la fe! Dios le da todo a un alma que por fe todo lo hace. Fíjense en las bestias, cuando guardan sus provisiones procuran que nadie las vea, recogen durante el verano para el invierno. Tal y como la bestia espera que lo que ha guardado bajo tierra se conserve, crean que Jesús los alimentará al dirigirse al Santo Sagrario, lugar donde se esconde y los espera”.
– ”Tomen de ejemplo al cordero. Fíjense en la fe que tiene en su pastor, marcha cerca de él con confianza, se abandona a sus cuidados, va hacia donde él le conduce, se detiene cuando él lo hace, le sigue durante el día y durante la noche. Así tienen que ser todos ustedes, como corderos. Si decimos con fe: “Montaña, cambia de lugar”, la montaña nos obedecerá, y si decimos “tierra tiembla”, la tierra temblará”.
Santa Teresa le dio prácticas para la paciencia:
– “Para mantener la paciencia en el día de la prueba, acuérdate de Jesús en la Cruz. Todos lo insultaban, todos se reían de Él y se burlaban de sus dolores. No obstante, él sufrió en silencio. Una hija de Teresa debe sufrir con paciencia, en silencio. Todo pasa.”
– “Piensa que después de los sufrimientos y las humillaciones, encontrarás el Cielo. Todo habrá sido para tu gloria y felicidad”.
Jesús le dio practicas sobre el silencio:
-”El día y la noche pasan en silencio. Guárdalo tú también. Que tu paso por la tierra sea sigiloso para así poder encontrar la alegría en el Cielo”.
-”Imita a la madera: se corta, se pinta y se quema en silencio. Déjate humillar en silencio. Trabaja, sufre, haz todo en silencio, pues éste te reserva el Cielo”.
Luego, en éxtasis prosiguió con aprendizajes para su comunidad pero que aplican para todo aquel que quiere seguir a Jesús:
“En cuanto realizas la profesión, el demonio intenta infundir ideas ambiciosas, pues primero se desea ser secretaria, seguidamente subpriora y después priora. Una vez en el último escalón, deseamos ser amados y sólo estamos satisfechos cuando escuchamos: “¡Nunca ha habido una Madre igual!”. ¡Cuántas víctimas se ha cobrado en el infierno esta vanagloria! No se crean capaces de ocupar un lugar así, y mucho menos el primero.
Si Jesús permite que asciendas, no te entristezcas, sigue en paz. Bastará con que tengas una fe certera en la comunidad y en su buen manejo y funcionamiento. Jesús todo lo da por una superiora que vive de fe, sin preocuparse de lo que no tiene importancia. Desaparece interiormente, sé buena con las hermanas que Dios te ha dado. Imita en todo a Jesús, para animar a los demás a tomar el ejemplo. No busques cumplidos, puesto que las alabanzas pasan. Todo pasa. Aunque seas superiora, cree que no eres nada. Simplemente debes ser bondadosa y confiar en Dios. Ir a Él con humildad. Un alma que vive de la fe y de la sencillez se conserva como la luz que alumbra en la oscuridad. A medida que abandonen todo en la tierra, encontrarán todo en el Cielo.”
Este éxtasis duró un día y medio y cuando volvió en sí, no se acordaba de nada.
La posesión
Satán pidió permiso a Dios para martirizar a la novicia al igual que lo hizo con Job. El diablo obtuvo permiso para poseer el cuerpo de Mariam durante cuarenta días. Esto lo había anunciado tiempo atrás cuando en una visión Nuestro Señor la encerró en una prisión muy oscura: “Yo te veo, eso basta – le dijo el Salvador -, quédate ahí callada” y la Santa Virgen, por su parte, la arrojó como en una especie de lago rodeado por serpientes y le dijo: “Soy tu madre, soy yo quien te quiere en estas aguas, no te muevas. No me verás, pero cuidaré de ti”.
Jesús le otorga a Satán el poder de atormentar su cuerpo y ella sufrirá mucho pero su alma le será ocultada y no podrá alcanzarla. “Mañana domingo, estaré navegando en el mar de la prueba. Oh Dios mío, yo lo doy todo por la Iglesia, por el Santo Padre, por la comunidad, por toda la orden, por los sacerdotes, por las almas del purgatorio. Cuando esté en el agua no podré hacer ni decir nada. Oh, Dios mío, en unión con Jesús, te entrego todo por amor”.
Mariam vio avanzando hacia ella una especie de túnel negro por donde debía entrar. Cuando solo faltaban dos horas para que la extraordinaria posesión comenzara dijo: “Debo combatir con nueve reyes y nueve naciones antes de alcanzar la cima de la montaña donde se encuentra Jesús”, indicando mediante estas palabras, la posesión por nueve legiones sucesivas de demonios que iba a sufrir.
Siendo las doce del mediodía, la primera legión de demonios entró en ella, su rostro se ensombreció y declararon que eran unos insignificantes charlatanes y que cada semana una nueva legión llegaría. Confesaron que no podían pronunciar la palabra “jueves” por culpa de la institución Eucarística y que les estaba prohibido reunirse del jueves al viernes noche, por el misterio de la Redención.
Al siguiente domingo, quedó liberada por un cuarto de día en donde pudo confesarse y comulgar, y luego la segunda legión llegó. Eran más poderosos y perversos que los primeros, pero Jesús les prohibió cualquier acto o palabra contra su pureza y el demonio gritaba: “El Maestro nos ha prohibido actuar contra la modestia, pues nunca ha pecado en ese aspecto. Venceré a esta árabe, cuanto más crece, más incontrolable se vuelve mi ira, sobre todo, a causa de sus marcas – estigmas. Dadme uno de sus ojos, uno de sus dedos y llenaré una de vuestras celdas con oro. ¿Dónde está la árabe? Si pudiera llegar hasta ella dejaría tranquila a toda la comunidad”.
A veces la dejaba sorda o muda, pero bastaba que la autoridad dijera “Por obediencia escucha. Por obediencia habla.”, y la novicia escuchaba y hablaba de nuevo.
Quisieron forzar al demonio a hablar en latín pero éste se resistía: “No, jamás lo consentiré. Esta lengua maldita me hace padecer mucho, va en contra de mí.”
El demonio pretendía ahogar a la víctima, haciéndole tragar alfileres y esquirlas de cristal. La supervisión de las hermanas prevenía estos accidentes, y en caso de no poder evitarlos, cualquier llamada a la obediencia bastaba para hacerle expulsar estos objetos diabólicos.
El Señor lo obligó a revelar, por medio de la poseída, las artimañas que utilizaba para perder a las almas religiosas: “He arrastrado a la perdición a una religiosa de Inglaterra. Ella está en nuestro bando desde anteayer. Según nuestra táctica habitual, cuando asediamos un alma consagrada a Dios, primero comenzamos por tentarla con pequeñas cosas. Le hicimos creer que su superiora no la quería tanto como a las demás y la envidia que experimentó la llevó a escribir a escondidas cartas para el mundo. Finalmente decidió salir para poder casarse. Cuántas almas religiosas atrapamos en nuestras redes al sugerirles que nadie las juzga buenas, que no se las quiere. Otras las ganamos por el sentimiento de la curiosidad, por el deseo de verlo y conocerlo todo. Si las que pronunciando las tres palabras nefastas -los tres votos- fueran en busca de la vieja -la superiora- e hicieran lo que ella les dijera, lo perderíamos todo”.
El Salvador le había prometido al demonio que le entregaría a Mariam si en su estado consciente lograba que dijera una sola vez “Señor, basta de sufrimiento”, reiteradas veces lo intentó descargando toda su ira sobre la pobre víctima, pero ella exclamaba “Solo deseo sufrir por Jesús”. Esta sucesión ininterrumpida de victorias de la novicia debilitaba cada vez más las fuerzas de Satán, provocándole un gran sentimiento de vergüenza.
El número de almas del Purgatorio liberadas aumentó durante este largo y horrible martirio. El demonio le suplicó al Maestro que le dejara marchar, confesándole a su pesar que no tenía más coraje para seguir con la lucha. “Me pediste poseer el cuerpo durante cuarenta días y hasta entonces no saldrás” contestó Jesús.
Manaudas, el abad que la acompañaba, atacó a Satán con palabras hirientes: “Hete ahí, espíritu soberbio, una niña te ha vencido. Tú, el primero, el más bello de todos los ángeles, ¡qué bajo has caído! ¡Humíllate miserable!”. Ante esta orden, Satán se arqueó aún más para ocultar su vergüenza y el sacerdote añadió: “Tiembla infeliz, Jesús es tu vencedor”.
El fin del demonio era arrancar, aunque sea una sola queja de la arabita, y para esto la golpeaba y torturaba. Ante cada ataque que el demonio le hacía sufrir, Mariam respondía:
“Me uno a Jesús cuando cargaba con su cruz por las calles de Jerusalén. ¡Bendito seas, mi Señor”!
“Uno mis sufrimientos a los de Jesús traicionado por Judas. ¡Bendito seas, mi Señor!”.
“Me uno a Jesús caído por el peso de Su Cruz. ¡Bendito seas, mi Señor!”.
En una ocasión, el diablo sacudió con fuerza un árbol del jardín que estaba cargado de frutos. Quisieron impedirlo, pero él se opuso: “Dejadme en paz, no hago ningún mal. Los frutos malos, aquellos que vayan a pudrirse caerán, y el resto seguirá en el árbol. De esta manera sacudimos nosotros el mundo: los malos caen, mientras que los buenos resisten”.
Se acercaba el final de la prueba. Antes de abandonar el cuerpo de Mariam, Satán había obtenido permiso del Divino Maestro para hacerle sufrir cien nuevos ataques con el fin de que la arabita se quejara al menos en una ocasión. Comenzaron las luchas y fueron terribles, la víctima echaba sangre por la boca, y el demonio confesó: “Antes me conformaba con solo un pelo de la árabe, pero ahora necesito todo su cuerpo. ¿Sabes por qué hago sufrir tanto a la miserable? Porque, pasado un tiempo, será conocida por todos y no quiero que eso suceda”. La hermana continuó diciendo; “Me uno a Jesús en su misión de despertar a los apóstoles dormidos. Ofrezco mis sufrimientos por los pecadores, para que vuelvan con su Madre la Iglesia. ¡Bendito seas, mi Señor!”
El demonio, exasperado, exclamó: “Espera, ¡espera! Tengo que ahogarla. Lo he intentado todo para impedir que hable y en cambio ha hablado más fuerte”. Al contacto de la Cruz con el cuerpo de la víctima, el demonio rugió y amenazó con morder y lastimar. La hermana dijo: “Me uno a Jesús cuando Judas fue a besarle para entregarlo a los malos, me uno a Jesús por la Iglesia. ¡Bendito seas, mi Señor!”
El diablo, furioso, recordó las palabras del Altísimo “Una pequeña nada, triunfará sobre todos nosotros”, después dijo: “Esto es imposible, la atormentaremos tanto que terminará quejándose”. Dicho esto, la legión torturó el cuerpo de la víctima de una manera horrible. Los allí presentes – las hermanas, el abad de la orden y el obispo – rompieron a llorar al ver todo lo que estaba sufriendo la hermana. Ella seguía orando: “Padre, me uno a Jesús en su segunda caída y a María acudiendo a Él, cuando sus rodillas se lastimaron. Ofrezco mis sufrimientos por los sacerdotes, por los misioneros que buscan las almas. ¡Bendito seas, mi Señor!”
Vencido, el demonio le preguntó al Maestro si podía terminar la lucha, pero Jesús lo obligó a continuar. “Pronto vendrá Lucifer y quemará el cuerpo de la árabe”, exclamó el demonio.
Tras un nuevo ataque, la hermana dijo: “Satán, ¿me tientas contra la Iglesia? Amo a la Iglesia, ella es mi madre y ella te aplastará la cabeza. Todos tus ataques contra ella son necesarios para mostrar tu malicia y tu debilidad. Tus tentaciones nos dan luz. Mi madre Iglesia no caerá. En cambio, tú sí, Satán. Caíste una vez del Cielo y desde entonces caerás siempre. Si los hombres pudieran verte, nunca te seguirían. ¿Buscas causarme mal? Estoy feliz. ¿Quieres desanimarme? Tengo confianza en Dios. Para mí, solo soy una pequeña nada, para Jesús, estaré por encima de ti. Observa cómo me burlo de ti. Jesús escoge a los débiles y me ha elegido a mí que soy débil”.
“Satán, has caído en plena luz. Nosotros caemos por debilidad. ¿Quién sigue la luz? El corazón. Si hubieras sido justo, no hubieras caído. Me burlo de ti. ¿Ves? Río en vez de llorar. Quieres enseñarme a llorar y yo quiero aprender a reír”.
“¿Satán, sabes cuales son los recursos para vencerte? El primero: el agua bendita: con fe te hace huir. El segundo es la humildad y el tercero, la pobreza”.
El diablo gritó a las hermanas que tomaban notas: “¡Miserables! ¿Qué escribís? Todo esto es malo como ustedes, solo sirve para arrojarlo al estiércol. No hay nada de verdad aquí, todo es físico”.
La arabita exclamó: “Gloria a Jesús, a María, a José y a todos los santos”. Segundos después con una pequeña voz de niña, añadió: “Veo una pequeña luz, Jesús no está lejos. Siento que las aguas negras van a desaparecer pronto. Estoy contenta. ¡Qué miserable eres Satán! no he visto el día hasta este momento. El diablo me dijo que, si me atrapaba, acabaría peor que Judas”.
Comenzó el ataque número noventa y nueve. El final del terrible combate se acercaba. “Esperad, esperad. Puede que cuando llegue Lucifer se queje”, dijo el demonio. “¡Gloria a Jesús! ¡Gloria a José! ¡Gloria a Dios!”, añadió después la hermana.
El diablo vino una última vez y habló de la llegada de Lucifer: “Nuestro jefe rara vez sale del infierno. Cuando pase por el cuerpo de la árabe, la quemará tanto que no podréis tocar ni la punta de sus dedos hasta que el Maestro haya pasado de nuevo por este cuerpo para curarlo”. Algunos instantes después, el rostro y las manos de la hermana Mariam se volvieron rojos como el fuego y seguidamente negros. De todo su cuerpo salía humo y desprendía un fuerte olor a azufre. La hermana respiraba a duras penas. De repente, se escucharon fuertes gritos. Era el final de la lucha. Una visión celestial se le apareció a la heroica víctima, pero pronto se esfumó. La novicia entonces sintió todos sus dolores, no podía pronunciar palabra ni moverse. Su boca se abría por intervalos como la de un moribundo. El abad Manaudas se acercó para acoger su último aliento. Eran las doce del mediodía, a esa misma hora la posesión había comenzado cuarenta días atrás.
Su liberación y posesión de su ángel durante cuatro días
La escena cambió súbitamente, Sor Mariam de Jesús Crucificado se elevó sobre la cama, su rostro estaba radiante, sus ojos brillaban y una sonrisa celestial afloró en sus labios. Todos los presentes, arrodillados, exclamamos al mismo tiempo: “¡Jesús!”. La alegría del Cielo entró en sus corazones y arrancó lágrimas de felicidad. Se supo entonces que Jesús había pasado por el cuerpo de la hermana para sanarla.
La novicia repitió en ese momento, sin ser consciente de ello, las palabras del salmista: “Se alegrarán los huesos quebrantados”.
El éxtasis la sorprendió de nuevo: La Santa Virgen dice “Ovejas, haced todo lo que el Pastor os diga. Tened confianza en Jesús. Menospreciad a la pequeña nada, hacedle comprender el vacío, que nunca sepa lo que ha pasado”.
“Si cada una de las ovejas se considera a sí misma como la última de todas, la Santa Virgen estará con ellas. Seguid la palabra de Jesús. Jamás os desaniméis, Satán enfurecido vendrá a tentaros, no lo escuchéis a él, sino al Pastor. Cuando aparezca, humillaos. Intentará enfrentaros las unas contra las otras, pero se marchará si permanecéis unidas. Y no temáis, si Jesús permite que os tiente, es para haceros crecer”.
Dirigiéndose a la priora dijo: “Pastor, la Santa Virgen os recomienda que améis por igual a todas las ovejas. Haciéndolo así, amáis a Jesús. Guardaos de no menospreciar a ninguna, pues todas son del rebaño de Jesús.”
La priora preguntó si una hermana podía tomar notas de las enseñanzas, a lo que respondió “La Santa Virgen lo permite, puedes elegir a la hermana que desees”.
“Ovejas, Jesús dice que estaréis juntas en el Cielo, cerca de Él. Deciros siempre a vosotras mismas: Si Jesús me abandonara, sería peor que Judas, pero si se queda conmigo, seré Juan el bien amado”.
“Ovejas, la Santa Virgen dice que debéis aprovechar al máximo el tiempo que tenéis durante la semana. Trabajad para Jesús, bajo su mirada, en silencio y con paciencia, con espíritu interior. Dedicad a Jesús todo el día del domingo. Los domingos deben ser para rezar y leer libros que hablen de Jesús.”
“Cuando seáis fieles y hagáis algo por Dios, Satán vendrá para haceros creer que valéis mucho, que todo lo hacéis bien, que sois unas santas. Seréis tentadas con la idea de abandonar la orden por miedo a caer en el orgullo. Satán entonces, aprovechará la situación para impediros hacer el bien y que cumpláis cualquier acto generoso por Dios: no lo escuchéis, ignoradle. Trabajad, pues el tiempo corre deprisa”.
“Satán está celoso e intentará por todos los medios haceros perder la fe para que las almas se pierdan. Pero no temáis. Cuando no sentimos la fe pero seguimos adelante a pesar de nuestros lamentos y lágrimas, viviremos un martirio de muy subido mérito, pero nos quedaremos del lado de Jesús”.
El 7 de septiembre, aniversario de su martirio en el que le cortaron el cuello, su Ángel custodio tomó posesión de ella e indicó que lo haría un día por cada diez en compensación por los cuarenta días de la posesión diabólica.
Algunas de sus enseñanzas fueron:
“Si sois fieles, iréis directamente a Jesús. Aprovechad el tiempo, pues todo pasa. Aquí en la tierra todo pasa y el tiempo corre deprisa. Llevad frutos a Jesús”.
“Procurad rezar correctamente el Santo Oficio. Si vierais a los ángeles cantando con vosotros, desearíais cantar como ellos. Pensad que ellos os ayudan a alabar a Dios, y este pensamiento os animará. Haced que las ovejas mantengan sus puestos y canten con sus mejores voces”.
“Pequeñas ovejas, Satán se transformará en ángel de luz: si prestáis un poco de atención lo reconoceréis siempre. Tratará de inspiraros orgullo por medio de sus elogios. Sed humildes, decidle: No soy nada, no merezco gracia alguna. Y el diablo se irá”.
Tanto la Santa Virgen como el ángel custodio advirtieron a la comunidad que Mariam no recordaría nada sobre todo lo vivido, ni la posesión, ni los éxtasis. Solicitaron que cuiden sus conversaciones y que no le hagan preguntas para que no sospeche, que la traten como a una más. Aún le quedaba mucho por sufrir y tres años de duras pruebas tal como su ángel lo anunció: “La pequeña nada es una víctima, y como tal, debe sufrir siempre, por todos los pecados del mundo y por la perdición de las almas”.
Los sufrimientos no cesaban y probaban que Jesús había elegido para ella la cruz. Mariam dijo al respecto: “Estoy contenta. Jesús, que ha elegido la cruz para mí, ahora está obligado a ayudarme a llevarla”. El demonio intentó en varias ocasiones matarla, seguía poniendo alfileres en su comida que ella tragaba accidentalmente, estrelló su cabeza contra un empedrado, pero siempre con la Gracia de Dios sanaba.
Fundación del Carmelo de Mangalore
Tres años después, en 1870, a pedido del obispo, se fue con un pequeño grupo para fundar el primer monasterio carmelita de la India en Mangalore. El viaje en el barco fue una verdadera prueba y debido a los fuertes calores tres monjas murieron antes de llegar. Pero se enviaron otras hermanas y, a fines de ese mismo año, pudo comenzar la vida monástica. Las experiencias extraordinarias de Mariam continuaron, durante sus éxtasis, las hermanas podían verla en la cocina u otros lugares con una cara radiante. Sin embargo, el demonio seguía perturbándola y a veces parecía estar poseída ya que le causaba terribles tormentos y peleas. Fue por esa causa que el maligno sembró muchos malentendidos en quienes la rodeaban y comenzaron a dudar de la autenticidad de sus experiencias místicas retrasando de este modo, la toma definitiva de sus votos carmelitas.
Retiro antes de su profesión
No obstante, cumpliendo Dios el designio sobre su vida, Mariam comenzó su retiro de preparación para su profesión de fe que la efectuaría veinte días más tarde. En este retiro y gracias a su confesor, conocemos la experiencia de la novicia donde una vez más recibe doctrina dictada por el Cielo.
Ella misma nos relata:
“El primer día vi un jardín con forma de corazón, seco y árido. En él no había agua para refrescarse ni aire que respirar. Seguidamente, vi a Jesús a lo lejos, estaba triste y enfermo. Lloraba cubierto de polvo y sumido en la angustia más grande. Entonces, me postré a sus pies y sequé sus lágrimas con las mías, o al menos eso es lo que me pareció. Jesús salió del jardín tan pronto como pudo y entró en otro que se encontraba al lado. En éste encontró vegetación, flores, árboles frutales y frutos maduros. Había aire y agua en abundancia. En este jardín, Jesús recuperó la salud, se volvió más joven y recuperó la sonrisa. Allí se quedó durante un largo rato, pues le agradaba el lugar.
Como no comprendí el sentido de lo que veía, le pregunté el significado de todo aquello: El segundo jardín representa al alma fiel y humilde que recibe y conserva las aguas de la Gracia, mientras que el primer jardín que no está trabajado es el símbolo de las almas orgullosas que no guardan para ellas el agua de la Gracia, víctimas de sus pasiones que terminan por quemarlas. El aire que se respira en el buen jardín es el símbolo de las aspiraciones del alma hacia Jesús: estas aspiraciones son su vida. Las flores representan las virtudes del alma, los frutos las buenas obras, la mortificación y la Penitencia, mediante los cuales gana otras almas para Jesús. Las hojas de los árboles representan la caridad por la sombra que dan. La aridez y la dureza de la tierra del peor jardín representan el corazón endurecido”.
“Vi una especie de jardín donde había flores, árboles y frutos. En la puerta del jardín había un gran fuego encendido. Para entrar al jardín había que atravesar el fuego. Había dos personas ante el jardín. Una caminaba con seguridad, la cabeza erguida, la otra iba cabizbaja y parecía encorvada. La primera entró sin temor y cogió una gran cantidad de flores y frutos, después volvió a la puerta y atravesó de nuevo las llamas para salir. Esta vez sus vestidos se quemaron, aparte de todo lo que llevaba consigo hasta quedar completamente desnuda. La segunda persona también entró, pero al atravesar el fuego se hizo tan pequeña que las llamas no alcanzaron sus ropas. Una vez dentro del jardín, lo recorrió, cogió flores y frutos de todas las especies y regresó a la puerta del jardín cargada con ellos. Para cruzar la puerta, se rebajó aún más que para entrar y las llamas no la tocaron. Así, salió más bella y rica que cuando entro.
Yo pregunté de nuevo qué significaba aquello y me dijo: El fuego representa los problemas, las penas, la angustia, el sufrimiento, las pruebas de la vida. El Señor las envía para que recojamos flores y frutos. La primera persona que ha entrado al jardín ha salido pobre, triste, desnuda. Representa a aquellos que se enorgullecen durante las pruebas: el orgullo, el egoísmo y el amor propio lo echan todo a perder. La segunda persona representa a las almas que se humillan con el sufrimiento en las pruebas. Se cargan de flores y de frutos.
Llega un momento en el que hay que ofrecerle al Señor las flores y los frutos recogidos: la muerte. Las dos almas se presentaron ante el Señor. Dios las interrogó, a la primera le dijo: Has entrado en el jardín, has recogido flores y frutos, ¿pero ¿dónde están? Y ella contestó: Señor, el fuego que he atravesado lo ha quemado todo, lo ha devorado. No he podido conservar nada. Entonces, El Señor repuso: Bien, ya que no tienes nada, márchate con los que no son nada. ¡Maldita, no te conozco! Y dirigiéndose a la segunda persona que ocultaba los frutos: Y tú, ¿qué has recogido?, le preguntó. Esta tiró lo que había recogido e inclinando la cabeza respondió: Tú has sido quien me ha guiado hasta el jardín y quien ha recogido estos frutos. Finalmente, El Señor contestó: «Entra, descansa y disfruta de la Gloria del Señor”.
“Un joven me mostró al hombre justo y al ingrato. El alma del hombre justo era hermosa pero su cuerpo siempre sufría. Este hombre trabajaba y vivía en la pena y en la angustia, tenía toda clase de males y distintos tormentos que soportar. Sin embargo, a pesar de todo esto, no pensaba en el mismo, sino en Dios, que habitaba en Él. Todo lo que hacía, lo hacía para Dios y no para Él. Tenía a su persona olvidada por completo. El fin de su vida llegó: murió y fue llevado ante Dios. Una vez con Él, ya no parecía un hombre sino un Dios. Su carne, a la que había maltratado, le rindió homenaje y le agradeció que la hubiera tratado de tal forma y todas las alabanzas llegaron a Dios.
Durante su vida, el hombre ingrato piensa en tratar bien a su cuerpo, por lo que le da aquello que es bueno, suave y delicado. Este hombre no piensa en Dios, solo piensa en él mismo, en sus satisfacciones, sus grandezas, riquezas y placeres. No piensa que lo tiene todo gracias a Dios, que ha sido Él quien se lo ha dado todo. Y también muere. Me pareció que todo su cuerpo lo odiaba y se avergonzaba por haberle pertenecido. Todas las maldiciones seguían a las de Dios que también maldijo al ingrato”.
Profesión, persecuciones y regreso al carmelo de Pau
El 21 de noviembre, día de la Presentación de la Santísima Virgen en el Templo, a sus 25 años, Mariam de Jesús Crucificado realizó sus bodas místicas con su Bien Amado.
Luego de su feliz profesión, Mariam nuevamente se vio atravesando mucho sufrimiento. Surgieron tensiones dentro de su comunidad dadas por correcciones que en sus éxtasis realizaba el ángel custodio a las hermanas, exponiendo sus pecados y exhortándolas a la conversión. El demonio la seguía atormentando y sembrando discordia.
Las Constituciones de la orden autorizaban a la hermana Mariam a no desvelar a sus superioras los secretos de su alma, y por su parte Jesús, le prohibía que los revelara. Mariam, puso en conocimiento de esto a su confesor y al obispo quienes lo aprobaron, pero su superiora insistía en que le cuente lo que ocurría en su interior y como ella se negó, la Madre priora declaró que todo era obra del demonio y tiempo después acudió el padre Gratien, enviado por orden expresa de monseñor Marie-Ephrem y declaró que Sor Mariam de Jesús crucificado vivía de una ilusión.
El obispo volvió a ser asaltado por dudas y se convenció de que la resolución de no abrirse a la priora procedía de un espíritu maligno y acusó a Mariam de dividir a la comunidad. Comunicó oficialmente al carmelo de Mangalore que la hermana era presa de la ilusión y que, todo lo que hasta entonces se había tomado como algo sobrenatural era simplemente el fruto de su imaginación oriental u obra del demonio. ¿Cómo explicar tal cambio en la mente de un hombre que precisamente era conocido por su moderación y piedad? Creemos que esto se debe a un permiso especial de la Providencia, que quería que su sierva experimentara la prueba más cruel de todas: la de sentirse ignorada y ser reprendida por los suyos y por sus amigos.
La misma novicia nos cuenta que desde ese momento comenzó a pasar de cruz, en cruz, de prueba en prueba. La sometieron a exorcismos y ella aceptó esta humillación de rodillas, se le prohibió entrar al coro con el resto de las hermanas, se creyó necesario alejarla de la Santa Mesa, todo invitaba a la maldad de Satán a participar, quien solo quería que expulsaran a la hermana del monasterio.
En este tiempo Mariam padeció la obsesión diabólica de querer irse de la clausura y varias veces lo intentó siendo Satán el único responsable de lo que en ella ocurría a pesar de su voluntad. La hermana fue víctima de la violencia, pero Dios le otorgó una extraordinaria calma de consciencia. Los superiores estaban decididos a enviarla donde quisieran recibirla, a condición de que no fuera a Pau. Sin embargo, tras diversos trámites infructuosos, se vieron obligados a enviarla al carmelo de Pau junto a otra carmelita que también debía volver.
Los caminos de Dios son inescrutables y sabe cómo guiar a todas las criaturas hacia el cumplimiento de Sus planes. El Señor todo lo permitió para que Mariam regrese a Pau un año después de su profesión. Allí volvió a sentir paz y tranquilidad, rodeada por el amor de sus hermanas.
El Jueves Santo de ese mismo año, Monseñor Marie-Ephrem murió súbitamente en Mangalore, el 3 de mayo, y la joven hermana vio en las llamas del Purgatorio el alma del obispo que exclamaba con un vivo sentimiento de arrepentimiento: “¡He pecado contra la Gloria de Dios!”. El deseo del obispo era hacer saber a toda la orden que él se había equivocado al condenar las vías sobrenaturales de la novicia. Mariam solo podía rezar por su alma y lo hacía con todo el fervor de su caridad.
En Belén, allí donde pronto la seguiremos, Dios le manifestará que el alma del obispo sería liberada en la primera misa celebrada en el nuevo carmelo. La hermana rogó a sus superiores que se apresuraran con las obras y se alegró cuando el 21 de noviembre, tres años después de su fallecimiento, vio a esta alma subir al Cielo.
Mariam y el Espíritu Santo
La Arabita tenía un hermoso vínculo con el Espíritu Santo, y a menudo, durante sus éxtasis solía invocarlo e invitaba a toda la creación a alabarlo: “¡Cielos, bendecid al Señor! ¿Quién me dará alas para volar hacia mi Amado? ¡Tierra, bendecid al Señor!”
Un día, luego de comulgar, se sintió transportada por el amor de Dios, se dirigió al Espíritu Santo y clamó: “Ilumíname, Tú que has dado luz a los apóstoles y a los ignorantes. Soy vacío, ilumíname. Solo deseo lo que Jesús desee”. Vio una paloma delante de ella y encima un cáliz que desbordaba como si brotara una fuente de su interior. Una voz salió de aquella luz: “Si quieres buscarme, conocerme, seguirme, invoca a la Luz, al Espíritu Santo que ha iluminado a mis discípulos y que ilumina a todos los pueblos que lo invocan. Quien quiera que invoque al Espíritu Santo me buscará y me encontrará. Por medio del Espíritu Santo me hallará. Su conciencia será delicada como la flor de los campos. Si es padre o madre de familia, la paz se instaurará en la familia y su corazón estará en paz en este mundo y en el otro, no morirá en tinieblas sino en paz. Deseo ardientemente que los sacerdotes celebren cada mes una misa en honor al Espíritu Santo. Sea quien sea el que la ofrezca o el que la escuche, será honrado por el propio Espíritu Santo, tendrá luz, tendrá paz, Curara los enfermos, despertará a aquellos que duermen.”
Una paloma le enseñó esta invocación y ella la repetía a menudo:
Espíritu Santo, inspírame
amor de Dios, consúmeme
por el buen camino, guíame
María, mi madre, mírame
junto a Jesús, bendíceme
de todo mal, de toda ilusión,
de todo peligro, protégeme.
La levitación
En aquella época se empezó a manifestar en ella uno de los fenómenos más extraordinarios del éxtasis: la levitación. Con ella, el cuerpo se levanta de la tierra como si ya no estuviera sujeto a las leyes de gravedad.
El 22 de junio de 1873 la encontraron por primera vez en lo alto de un gran tilo. Se balanceaba sin apoyo, cantaba al Amor y exclamaba: ¡Todo el mundo duerme! Olvidamos a Dios, tan bueno, tan grande, tan digno de alabanzas. ¡Vayamos a despertar al universo! La priora la hizo bajar pidiéndole por obediencia, pero una sandalia le quedó colgando de la rama que la sostenía. Grande fue su sorpresa cuando, una vez abajo, la divisó en lo alto del tilo. Quiso saber el motivo de ese hecho tan singular, pero le dieron otra explicación cualquiera para que no sospechara la verdad.
La fundación del Carmelo de Belén
Poco tiempo después El Señor le solicitó la fundación de un Carmelo en Belén. Hubo muchos obstáculos, pero gradualmente todos desaparecieron. Providencialmente, la hija de un presidente de la corte de Pau, la señorita Dartigaux, disponía de una fortuna considerable que invertía en actos de bondad y prometió a Dios que fundaría el carmelo en Belén. Finalmente, Roma dio permiso el 20 de agosto de 1875 y un pequeño grupo de diez hermanas partió a Belén.
El Señor mismo fue quien guio a Mariam en la elección de la ubicación, señalando la colina sobre la que el rey David fue ungido por el profeta Samuel como rey de Israel en la casa de su padre, y este lugar está situado en la parte baja de la capilla del convento. Allí hay una fuerte presencia del Espíritu Santo, ya que David pasó mucho tiempo cantando sus salmos y cuidando las ovejas. El Señor incluso añadió que su Santa Madre descansó ahí unos instantes, cuando iba de camino a Belén para traerle al mundo, y también le reveló que en ese lugar pasó mucho tiempo rezando antes de ayunar cuarenta días en el desierto.
Jesús le dio los planos, le indicó el diseño que debían tener los edificios y el punto exacto donde se ubicaría la capilla. El convento debía tener forma de estrella, de la cual la capilla y las dependencias serían como su brillo prolongado. La capilla debía tener ventanas altas, por encima de las cabezas por las que solo se pueda mirar al Cielo. Las celdas no debían pasar de 21 en el primer piso. El coro debía estar separado del monasterio, pero unidos por un pasaje cubierto que ella llamaba “la cola de la estrella”. La estrella era la casa y el sol era el coro que anuncia el júbilo.
La compra del terreno fue difícil porque pertenecía a varios propietarios, pero todo lo resolvió El Señor y al poco tiempo, con el terreno ya adquirido, acudieron el cónsul de Francia, religiosos franciscanos, sacerdotes y carmelitas y colocaron juntos la primera piedra, metida en una caja de zinc que contenía medallas y reliquias.
Durante sus visiones, Mariam contemplaba a Jesús examinar en detalle cada trabajo de la construcción y como ella era la única hablante de árabe entre las hermanas, fue quien supervisó las obras y corregía cuando algo no se hacía como El Señor lo había solicitado. En una ocasión ocurrió que los obreros habían colocado molduras arabescas y Jesús muy estricto en todo lo que tenía que ver con la realización de su plan, le indico a Mariam que se los haga retirar.
“Es la casa de la alegría, El Señor lo ha prometido”, dijo Mariam, “También ha prometido ser siempre el jefe. Tendrá siempre la casa en sus manos y ¡atención a la oveja que no sea fiel! El Señor desea del monasterio una fortaleza, un cuartel de soldados que recen y cuiden de las almas”.
La construcción del nuevo monasterio fue muy rápida y pronto celebraron la primera misa. Luego Mariam dijo que Santa Teresa había recorrido la casa y se sentía dichosa. Pocos días más tarde, extática desde la mañana, cantaba y parecía contemplar una procesión que pasaba delante de ella. Añadió: “El Señor dice: Respetad el silencio del claustro de arriba y de abajo. Nuestra Madre Teresa me ha retado por haber hablado en un lugar corriente. Si sois fieles, tendréis una vida santa y una muerte santa”.
Allí en el convento, desde los inicios de la fundación, el carmelo poseía un perro guardián. La hermana Mariam, que todo lo atribuía a Dios, invitó algunas veces a aquel animal a mostrar gratitud a su Creador, enumerándole todo lo que de Él había recibido. También le dijo, con un sentimiento de profunda veneración y de ternura hacia la noble fundadora del carmelo, que era ella quien lo alimentaba y cuidaba, por lo que debía agradecérselo: “Cuando mi querida hermanita venga, tú te tumbarás a sus pies, se los acariciarás y se los besarás, ¿me oyes?”. Efectivamente, unos meses después cuando la señorita Dartiaux fue al carmelo, el perro, de naturaleza arisca y para el cual ella era solo una extraña, fue hasta la puerta de la clausura y desde el momento en que ella entró, se tumbó a sus pies, lamiéndoselos y acariciándolos de mil maneras.
Este perro era un gran consuelo para Mariam, siempre la esperaba en la puerta del refectorio y la acompañaba insistentemente.
Enfermedad y muerte de Mariam
Mariam había anticipado que pronto iría al encuentro definitivo con El Señor. En éxtasis dijo: “El alma y el cuerpo discuten, el cuerpo no encuentra suficiente sitio para el alma y el alma está muy comprimida. ¡Pronto! ¡Pronto! Me lo ha prometido”.
El 22 de agosto de 1878, mientras llevaba bebidas a los trabajadores, se cayó en las escaleras y se rompió el brazo izquierdo. La gangrena se instaló rápidamente causándole mucho sufrimiento. El día 24 de agosto sus dolores de pecho y corazón se intensificaron a lo que ella decía “Estoy de camino al Cielo, el deseo de toda mi vida va a cumplirse, voy a ir con Jesús”.
Al otro día, por la tarde, el sacerdote le dio las indulgencias y absoluciones. Durante esa misma noche el mal aumentó y su lengua se trababa, mientras con sus pocas fuerzas exclamaba: “¡Gracias Jesús, gracias María! ¡Todo pasa!”. Luego de llamar a todas las hermanas, pronunció sus últimas palabras “Jesús mío, misericordia. ¡Por favor, misericordia!” y de inmediato entregó su bella alma al Creador. Eran las cinco y diez de la mañana del 26 de agosto cuando Mariam murió con tan solo 32 años.
Después de su muerte
Cuando murió, el cirujano acudió para la apertura de su cuerpo y a ver su corazón, noto que en él había una cicatriz, llamando a varios testigos para que lo presencien. Notaron que la herida atravesaba el corazón de lado a lado y comprobaron así que su corazón había sido traspasado como el de Santa Teresa.
También verificaron las cicatrices de heridas que parecían agujeros en sus pies y manos.
Su cuerpo conservó durante varias horas una belleza del paraíso. Sus brazos permanecieron flexibles y cada vez que no sujetaban sus manos, se extendían por sí solas en forma de cruz.
En el féretro vieron en tres ocasiones como sus brazos salieron por sí solos del ataúd. Después de que la madre superiora le dijo: “Hija mía, obedece, mantén los brazos abajo para que podamos cerrar el féretro”, la pequeña arabita, que había llevado la obediencia hasta el último minuto de vida, obedeció también tras su muerte y sus brazos quedaron inmóviles.
La participación en su funeral fue inmensa. Rápidamente se corrió la voz: “La Santa ha muerto”. Mucha gente que acudió a ella en vida en busca de consuelo, consejo y oraciones, acudieron ese día a venerarla y a agradecerle a Dios el regalo de su vida.
Mariam, que es conocida por muchos como la “Patrona de la Paz” por Tierra Santa.
Versos compuestos por Mariam de Jesús Crucificado
“Yo cantaré, yo cantaré,
alegría o dolor cantaré,
la cruz es pesada y muy pesada,
pero el camino es corto, sí muy corto.
Yo cantaré, yo cantaré,
en este exilio cantaré.
María, madre mía, cuidame,
paciencia, calma, consígueme,
con Jesús, bendíceme.
Me iré a un desierto,
llamaré a Dios mi Salvador.
Hablaré muy, muy bajo,
hablaré de corazón a corazón.
¡Cuesta mucho el sacrificio!
¡Yo se lo ofreceré con todo mi corazón!
En este exilio no hay calma,
vayamos hermanos, vayamos hermanas,
sigamos a Jesús al Calvario.
En este exilio no hay calma.
¡Besaría con alegría
la cruz de mi Salvador!
Oración al Espíritu Santo
Oh Espíritu Santo, inspírame,
Amor de Dios, consúmeme,
por el buen camino, guíame.
María, Madre mía, socórreme,
con Jesús, bendíceme,
de todo mal, de toda ilusión,
de todo peligro, presérvame.
Amén.
Bibliografía – Fuentes
Mariam, una Santa Palestina. Padre Estrate.
Mariam de Belén, la pequeña arabe. Sor Emmanuel Maillard.
Santa María de Jesús Crucificado. La Pequeña Arabe. P. Ángel Peña O.A.R.
Santa María de Jesús Crucificado