¿Quién es Santa Gema Galgani?
Durante su vida terrenal Gema fue totalmente desconocida en el mismo Lucca donde vivió. Buscó siempre la soledad y quienes sabían los dones que ocultaba la ayudaban a mantener en secreto las gracias extraordinarias con que Dios la favorecía. Los íntimos de ella, sin embargo, cuando la vieron partir de este mundo no podían olvidar que su vida fue la de una verdadera Santa. Conservaban su recuerdo, se edificaban con sus virtudes y comenzaban a venerar sus reliquias en el sepulcro. Al cementerio acudían innumerables almas para pedirle favores y así su fama fue creciendo por la cantidad de milagros obtenidos por intercesión de la Santa.
Nacimiento y bautismo
Gema abrió sus ojos a este mundo el 12 de marzo de 1878 en Camigliano, aldea Toscana en el distrito de Lucca, Italia. Don Enrique Galgani, el farmacéutico de la localidad, y doña Aurelia Landi fueron sus padres, ambos de sólida formación cristiana. De su matrimonio nacieron 8 hijos, 5 hombres y 3 mujeres, Gema fue la cuarta de los hermanos.
Según la costumbre de la época en padres verdaderamente cristianos, se encargaron de que sus hijos reciban la gracia bautismal recién nacidos. Así lo hicieron con ella, que recibió el sacramento al día siguiente de haber nacido en la Iglesia San Miguel de Camigliano. Sus padres la bautizaron con el nombre de Gema por consejo del párroco quien los convenció diciendo inspiradamente: “hay muchas gemas en el Cielo, esperemos que también esta niña sea algún día una gema del Paraíso”.
Su infancia
Desde muy pequeña se mostró como una niña inteligente y virtuosa, y era predilecta de sus padres y maestras. Sobresalía en sus trabajos, era buena y sumisa, pero también muy vivaz y alegre. Su mamá muy piadosa era quien le enseñaba oraciones y la educaba en las virtudes cristianas. Una de las primeras prácticas de piedad que le enseñó fue la de rezar todos los días tres Avemarías -con las manos bajo las rodillas- a la Inmaculada, suplicando la gracia de conservar intacta la santa pureza. Ella se comprometió a hacerla, cumpliéndola con fidelidad hasta su muerte.
Su mamá le contaba que había pedido mucho a Dios tener una hija, pero que tarde se la había concedido ya que estaba muy enferma y le quedaba poco tiempo de vida, y por eso le decía: “estoy muy enferma, pronto moriré y te tendré que dejar, ¿vendrías conmigo?”, ella lloraba junto con la mamá y preguntaba:
- Y ¿adónde iremos?
- Al Cielo con Jesús y los ángeles.
Luego, cuando comenzó a escribir su diario por mandato de su padre espiritual, dirá: “Fue así cómo me enseñó mi mamá a desde niña suspirar por el Cielo”.
A sus siete años (año 1885) al recibir la confirmación por primera vez tuvo una locución, como la relata en su diario:
De repente una voz me habló al corazón:
- ¿Quieres darme a tu mamá?
- Sí – respondí – con tal de que me lleves también a mí.
- No – respondió la voz – dame de buena gana a mamá, tú debes quedarte por ahora con papá. Te la llevaré al Cielo, ¿entiendes? ¿Me la das con gusto?
- Tuve que responder afirmativamente. Al volver a casa encontré a mi madre moribunda, no podía parar de llorar.
Su padre, al ver a su pequeña hija tan afligida, temía por su salud por lo cual la envió con su tía Elena Landi a San Jenaro. La niña obedeció y fue estando allí que recibió la noticia de la muerte de su madre, cuando se lo informaron respondió: “Mamá está en el Cielo”.
Toma por Madre a la Virgen
Ante la partida de su madre, fue corriendo a postrarse ante una imagen de la Inmaculada para suplicarle: “María, ya no tengo madre en la tierra, se tú en adelante desde el Cielo mi madre.”
“Verdaderamente me valió”, diría pasados los años por la protección que Ella le proporcionaba.
Su primera Comunión
Cuando volvió a vivir a su casa con su papá y hermanos comenzó a ir a una escuela de monjas. Fue allí que con sus nueve años inició la preparación para recibir la primera Comunión, lo cual realiza con un gran amor y anhelo. Lo hizo un domingo en el mes de junio. Nos relata que al levantarse ese día muy feliz se preparó y fue corriendo para recibir por primera vez a Jesús. Entonces entendió Su promesa: “Quien se alimenta de mí, vivirá de mi vida”.
Cuenta a su padre espiritual: “Jesús se hizo sentir en mi alma de una manera muy fuerte. Comprendí entonces que las delicias del Cielo no son como las de la tierra. Me sentí presa de hacer continua esa unión entre Jesús y yo. Cada vez me sentía más cansada del mundo, y más dispuesta para el recogimiento. Fue esa misma mañana cuando Jesús me dio deseos de ser religiosa. Antes de retirarme hice por mí misma algunos buenos propósitos para conservar la Gracia recibida”.
Siempre recordó aquel día con especial amor y lo celebraba cada año. Lo llamaba “el día de su fiesta”.
Devotísima de Jesús Crucificado
Una de sus maestras le explicó y enseñó la Pasión de Jesús. Le decía: – Gema, eres de Cristo, y has de ser toda suya. Sé buena, que Él esté contento de ti, y para esto necesitas mucha ayuda, la meditación de su Pasión tiene que ser la cosa más querida.
Ella la escuchaba y aprendía con mucha atención. Quiso hacer algunas mortificaciones corporales pero la maestra nunca le dio permiso. Entonces lo compensó ejercitando la mortificación de la lengua, ojos y demás sentidos, pero sobre todo la voluntad. Juzgándose como una gran pecadora, con frecuencia pedía perdón a todos con los que cotidianamente trataba. Así crecía su deseo de amar mucho a Jesús Crucificado y al mismo tiempo padecer y aliviar sus dolores.
Escribe en su diario al respecto: Un día, al mirar fijamente al crucifijo, se apoderó de mí tanto dolor que caí en tierra sin sentido. Estaba allí papá que comenzó a retarme diciendo que estar tanto tiempo en casa y salir sólo de madrugada para escuchar la Misa me hacía daño (hacía ya dos mañanas que no me dejaba ir a Misa). Enojada le respondí que lo que me hacía mal era estar tanto tiempo alejada de Jesús Sacramentado. Me escondí en mi habitación y fue la primera vez que desahogué mi dolor con Jesús. Yo no recuerdo exactamente qué dije, pero está aquí mi Ángel que me dicta cada palabra: “Quiero seguirte, cuésteme lo que me cueste, y quiero seguirte con fervor; no, Jesús, no quiero disgustarte más con mi obrar tibio de hasta ahora: sería ir contigo para disgustarte. Propongo: oración más devota, Comunión más frecuente, padecer mucho por Ti, oh Jesús. Tendré la oración siempre en los labios”.
Si bien volvía a caer y no cumplía, siempre renovaba los buenos propósitos para seguir buscando el santo camino.
Su Ángel Custodio
Desde sus 17 años se hizo continua la presencia y aparición de su Ángel Custodio quien le conversaba e indicaba que oraciones recitar, y también la preparaba siempre antes de los éxtasis. Ella lo relata así en su diario:
“El Ángel de la Guarda comenzó a hacer conmigo de maestro y guía: me retaba siempre que hacía alguna cosa mal, me enseñaba a hablar poco y solamente si era preguntada. Una vez que en casa hablaban poco bien de una persona, yo quise también añadir mis comentarios malos, pero el Ángel me retó. Me enseñaba a andar con los ojos bajos, y hasta en la Iglesia me retaba de lo lindo, diciendo: «¿Es así cómo se está en la presencia de Dios?». Otras veces me decía seriamente: «Si no eres buena, no me dejaré ver de ti». Me enseñó muchas veces cómo debía estar en la presencia de Dios: a adorarlo en su infinita bondad, majestad, misericordia y en todos sus atributos”.
También su Ángel la acompañaba en sus momentos de oración mostrándose a su lado con las manos juntas y acompañando sus plegarias. Si eran oraciones vocales como padrenuestros o salmos, él las recitaba junto con ella e intercalaba jaculatorias, le señalaba puntos para meditación y sugería los pensamientos.
A veces también le dictaba cartas y hacía de mensajero con su padre espiritual, el Padre Germán. Le hacía poner por escrito enseñanzas y mandatos que le daba, de altísima perfección cristiana. Uno de los dictados que escribe en su diario:
“Por la mañana vino el Ángel de la Guarda. Estaba muy contento, me dijo que agarre papel y lápiz para escribir lo que me iba a dictar:
- En esto está todo: “Recuerda que quien ama a Jesús habla poco y sufre mucho. Te mando de parte de Jesús que nunca digas tu parecer si no te lo preguntan, y que no mantengas tu opinión altaneramente, sino que cedas enseguida.
- Obedece a quienes sean autoridad para ti sin replicar, sólo en las cosas que sean debidas puedes hacer una réplica, pero sé siempre sincera con todos.
- Cuando cometas una falta, debes acusarte enseguida, y haz un acto de contrición.
- Acuérdate por último de no ver las cosas de este mundo que atenten contra la pureza y buenos pensamientos, ciérralos inmediatamente como un acto de mortificación si se presenta alguna situación ante ti, piensa que el ojo mortificado verá la hermosura del Cielo”.
Después de esto me bendijo, diciéndome también que fuese a comulgar”.
Enferma de muerte sana por un prodigio
Llegados sus 18 años su padre sufre la quiebra de su negocio que lo hace perder todos sus bienes y cae gravemente enfermo. Ella narra: “Entramos en 1897, año tan doloroso para toda la familia. Sólo yo, falta de corazón, quedaba indiferente para tantas desgracias. Lo más grave es que quedamos faltos de todo recurso, y, para colmo, la seria enfermedad de papá. Comprendí una mañana la grandeza del sacrificio que pronto querría Jesús. Lloré mucho, pero Él, en aquellos días de dolor se dejaba sentir tan fuertemente a mi alma, y el ver a papá tan resignado a morir me dio una fuerza tan grande que soporté la enorme desgracia con bastante tranquilidad. El día en que murió me prohibió Jesús perderlo en vanos lamentos y llantos, y lo pasé rezando, resignada con el querer de Dios, que desde aquel momento iba a hacer conmigo las veces de Padre, celestial y terreno. Después de su muerte nos encontramos sin nada; no teníamos de qué vivir. Una tía nos ayudó en todo y no quiso que siguiera más con la familia; al día siguiente de la muerte de papá mandó por mí y me llevó consigo durante unos meses”.
Establecida en Camaiore, casa de su tía, si bien no le faltaba nada materialmente, si carecía de un ambiente de piedad y oración como el que había tenido en su casa paterna. Esto le provocó una desolación de espíritu y el agotamiento de estar más expuesta a situaciones sociales mundanas, y pronto enfermó con fuertes dolores de riñones y pidió a su tía volver a Lucca, donde ésta la envió sin demora.
Al principio la virtuosa joven ocultó lo más que pudo sus padecimientos ya que no quería que su cuerpo sea examinado por un médico, pero iba empeorando, por lo cual sus tías la hicieron examinar, y ella entregó a Dios este sacrificio.
El médico que la revisó preocupado consultó con doctores especializados, porque tenía en la región lumbar un absceso grave que parecía comunicarse con los riñones. Finalmente le diagnosticaron una espinitis (inflamación en la médula) de naturaleza bastante grave y de difícil curación. Le dieron los mejores cuidados que se podían desde la ciencia en esa época, pero el mal empeoró tanto que quedó postrada en cama sin poder moverse.
En tanto dolor y angustia a veces descendían sobre la enferma consuelos celestiales que la alentaban. Una tarde le preguntaba a Jesús porque la tenía clavada en el lecho, y escuchó la voz de su Ángel Custodio que le decía: “Si Jesús te aflige en el cuerpo, lo hace para purificarte cada vez más en el espíritu”. Pero de todas formas Jesús la consolaba infinidad de veces, aunque también por momentos la corregía: “Es tu refinado amor propio que te tiene tan desasosegada”.
Con San Gabriel de la Dolorosa
En su casa estaban todos para cuidarla, pero más allá de los esfuerzos humanos, la curación no llegaba. Sólo quedaba buscarla en el Cielo. Mientras tanto Gema decía con angelical sonrisa, que tan contenta estaba de volar súbitamente al Cielo, como de permanecer miserable en la tierra, para padecer todavía todo cuanto Dios quisiera para ser servido.
Su fama de santidad se acrecentaba en la ciudad y era mucha la gente que iba a visitarla. Ella recibía a todos con paciencia y caridad. Una señora que la frecuentaba le llevó un día la vida de San Gabriel de la Dolorosa, pasionista, en ese entonces Venerable y que Gema desconocía completamente. Nos narra:
“Un día una señora que solía visitarme me trajo la vida del Venerable Gabriel. La tomé casi con desprecio y la puse bajo la almohada. La señora me dijo que me encomendara a él, pero no le hice caso. En casa sí lo hicieron y comenzaron a rezarle tres Padrenuestros todas las noches. El demonio comenzó a tentarme fuertemente con que si hacía lo que él quería iba a curarme. Fue entonces cuando vino a mi mente el Venerable Gabriel y dije fuertemente: ¡Primero el alma, después el cuerpo! Así comencé a pedirle ayuda para vencer las tentaciones y empecé a leer su vida una y otra vez, me gustaban sus virtudes y ejemplos.
Hubo un día en que el Venerable Gabriel me curó el alma y comencé a tenerle una particular devoción: tenía su imagen bajo la almohada y comencé a verle de cerca.
La señora vino a llevarse el libro de su vida y no pude más que llorar, pero como vio cuanto me afectaba me dijo que me lo dejaba hasta que se lo reclame quien se lo había prestado. Volvió luego de unos días y entonces sí tuve que dárselo.
Pero Dios bendito quiso compensar este pequeño sacrificio y esa misma noche se me apareció en sueños vestido de blanco, y como no lo reconocí se mostró vestido de Pasionista. Quedé en silencio en su presencia. Me preguntó porque había llorado al privarme del libro de su vida, no sé lo que respondí, pero me dijo:
- Ya ves cuán agradable me ha sido tu sacrificio; lo he agradecido tanto, que yo mismo he venido a verte. ¿Me quieres?
No le contesté, me acarició varias veces y me repitió:
- Procura ser buena y volveré a verte.
Me dio a besar su hábito y rosario y se fue”.
Curación Milagrosa
La promesa de San Gabriel de volver a visitarla no se vio cumplida hasta pasados dos meses. En ese momento la cuidaban unas Hermanas de la Caridad, monjas barbantinas. Entonces Gema se preguntaba si debía hacerse religiosa en esa orden, pensaba que si se curaba haría la promesa de serlo. La Santa nos relata:
“La víspera de la Inmaculada vino Monseñor a confesarme, concediéndome aquella misma tarde hiciera a perpetuidad el voto de virginidad. Disfrutaba de una paz completa. Por la noche no dormí. De repente vi a los pies de mi cama a mi protector, que me dijo:
- Gema, haz enhorabuena el voto de ser religiosa pero no añadas más.
- ¿Y por qué? – le pregunté.
Me respondió haciéndome una caricia sobre la frente.
- ¡Hermana mía! – me dijo, y al mismo tiempo se sonrió y me miró.
No entendía nada de esto y para darle gracias le besé el hábito; se quitó la insignia, que los pasionistas llevan sobre el pecho, me la dio a besar, y me la puso en mi pecho sobre la sábana, repitiéndome de nuevo: ¡Hermana mía!, y desapareció.
Por la mañana sobre las sábanas no había nada, comulgué temprano, hice mi promesa, pero sin particularizar nada más. De esto no hablé ni con las monjas ni con el confesor. Jesús agradeció mucho esta promesa y se alegró en mi corazón.
Entre tanto pasaron los meses y yo no notaba ninguna mejoría. Los médicos intentaron hacerme pruebas, pero yo estaba muy debilitada. Empeoraba cada día por lo cual recibí la Comunión por Viático. Me confesé y esperaba el momento de volar con Jesús. Los médicos creyendo que yo no los escuchaba comentaban entre sí que no llegaría a la medianoche… ¡Viva Jesús!
Una de mis maestras vino a verme y a despedirse hasta el Cielo, pero antes me suplicó que haga una novena a la Beata Margarita María Alacoque, diciéndome que sin duda alguna me concedería la gracia de curar perfectamente, o bien, apenas muriera volar al cielo enseguida. Me pidió que le prometiera que iba a empezarla esa misma tarde. Así lo hice, era el 18 de febrero, pero al día siguiente me olvidé. Volví a empezarla el día 20, pero otra vez me olvidé. Vaya cuidado con la oración… ¿verdad?
El 23 la empecé por tercera vez, mejor dicho, tuve intención de empezarla, pero faltaban unos minutos para la medianoche cuando oigo agitarse un rosario, y una mano viene a posarse sobre mi frente. Oí que empezaban un Pater, Ave y Gloria durante nueve veces seguidas. Yo apenas si respondía, porque me sentía muy mal. La misma voz que había rezado me dijo: – “¿Quieres curarte?”. – “Me da lo mismo”- respondí. – “Sí (añadió), te curarás; ruega con fervor al Corazón de Jesús todas las tardes, mientras no se termine la novena, vendré yo aquí contigo, y juntos rogaremos al Corazón de Jesús”. – “¿Y a la Beata Margarita?”, le dije. – “Añade también 3 Gloria Patri en su honor”.
Así lo hice por nueve noches seguidas. Cada noche venía la misma persona, el Venerable Gabriel, me ponía la mano sobre la frente y rezábamos juntos al Corazón de Jesús y luego los tres Gloria a la Beata Margarita. Era el penúltimo día de la novena, y al término de la misma quería recibir la sagrada Comunión. Terminaba el primer viernes de marzo. Llamé al confesor y me confesé muy temprano y comulgué. ¡Qué momentos tan felices pasé con Jesús! Me repetía: “Gema, ¿quieres curar?”. La emoción era tan grande que no podía contestar. ¡Pobre Jesús! La gracia había sido concedida, estaba curada.
Domésticos y visitantes proclamaban la gracia obtenida por la intercesión de la Beata Margarita María Alacoque y el Venerable Gabriel, que en los designios de Dios estaba que iban a ser canonizados juntos el mismo día 20 de mayo de 1920.
Jesús me dijo abrazándome: “Hija, Yo me doy todo a ti, ¿y tú no querrás ser toda mía?” Yo me quejé y reclamé que me había quitado mis padres, pero Jesús muy afectuoso, me repetía: “Yo estaré, hija, siempre contigo. Yo soy tu Padre y tu madre será aquella” … y me indicó a la Virgen Dolorosa. Jamás faltará la paternal asistencia a quien se ponga en mis manos: nada te faltará entonces a ti, aun cuando te haya privado de todo consuelo y apoyo en la tierra.
Habrían pasado dos horas cuando me levanté. Los de la casa lloraban, yo también estaba contenta, más que por la salud recuperada, porque Jesús me había escogido por hija. Antes de dejarme esa mañana, me dijo Jesús: “Hija mía, a la gracia que te he concedido esta mañana seguirán otras mucho mayores”. Y así ha sido de verdad, Jesús me ha protegido siempre de una manera especial”.
Recuperándose
Ya en la etapa de recuperación luego de su sanación, su sed de recibir a Jesús Eucaristía aumentó y comenzó a ir a la Santa Misa diariamente por el transcurso de un año. Nos cuenta que iniciado este período su Ángel Custodio se dejaba ver diariamente, la instruía y dejaba sentir sus especiales cuidados.
La hora Santa: ama hija y aprende a amar
Entretanto ya comenzaba la semana santa y Gema la esperaba con ansiedad. Comenzó a realizar la hora santa. Ese mismo jueves santo cuando hizo la devoción narra lo vivido:
«Comencé a sentir el dolor de mis pecados, que sufría con verdadero martirio. Pero en medio de tanto dolor me quedaba un consuelo: el de llorar que también era alivio. Pasé la hora entera rezando y llorando, hasta que me senté cansada, pero me sentía recogida, al poco rato noté que empezaban a faltarme las fuerzas. Con mucho esfuerzo apenas pude pararme a cerrar con llave la puerta de la habitación, cuando de pronto me encontré delante de Jesús, crucificado en ese mismo momento. Derramaba sangre por todas partes. Bajé enseguida los ojos, y aquella visión me turbó; me hice la señal de la Cruz y pasada la turbación sobrevino un poco la calma del espíritu. Pero seguía sintiendo aún con más fuerza el dolor de mis pecados, ni una vez levanté los ojos para mirar a Jesús, no me atrevía; me eché en tierra con la frente en el suelo, y así estuve por varias horas hasta que me dijo: – Hija, mira estas llagas, las habías abierto tú con tus pecados, pero ahora, alégrate, que todas las has cerrado con tu dolor. No me ofendas más. Ámame como yo siempre te he amado. Ámame -, me repitió muchas veces.
Aquella visión se alejó y volví en mí; desde entonces comencé a tener horror grandísimo al pecado, la gracia más grande que me ha hecho Jesús. Las llagas de Jesús quedaron tan profundamente grabadas en mi mente, que jamás se han vuelto a borrar. Dos sentimientos nacieron en mí, el primero de amarle y amarle hasta el sacrificio, el segundo de poder padecer algo por Él que tanto había padecido por nosotros. Conseguí a escondidas una cuerda vieja, le hice varios nudos y me la puse a la cintura. No me duró ni un cuarto de hora que mi Ángel de la Guarda me retó diciéndome que me la quite porque no tenía permiso del confesor. Se lo pedí y poco después lo obtuve.
Me preocupaba no saber amarle a Jesús y en una segunda visión de Él crucificado me dijo: – Mira hija, y aprende cómo se ama – y me mostró sus cinco Llagas abiertas – Mira esta cruz, estas espinas, estos clavos, esta lividez, estos desgarrones, estas llagas y esta sangre; todo ello es obra de amor y amor infinito. ¿Ves hasta qué extremo te he amado? ¿Me quieres amar de verdad? Aprende antes a sufrir. El sufrir enseña a amar -.
Todos los jueves seguí practicando la hora Santa, Jesús me hacía partícipe de toda la tristeza que sufrió en el Huerto a la vista de mis muchos pecados y los del mundo entero. Después de esto quedaba con un consuelo y una paz tan dulce que derramaba lágrimas que acrecentaban mi deseo de amarlo y padecer por Él”.
Deseos de ser religiosa
Luego la suprema preocupación de Gema era la de cumplir su promesa de hacerse religiosa. Pensaba en las tres Órdenes que la atraían o se sentía llamada: las Hermanas de San Camilo, a las que había prometido agregarse si curaba y quienes la habían cuidado durante su enfermedad; las Pasionistas, a raíz de las visiones de San Gabriel de la Dolorosa; y las Salesas en agradecimiento a Santa Margarita Alacoque por la curación obtenida.
En ese momento prevaleció en su espíritu esta última ya que por aquellos días escribía: “Quisiera volar inmediatamente adonde la Beata Margarita me llama. ¡Oh, qué mal se está en el mundo!”.
El primero de mayo ingresó al Monasterio de las Salesas de Lucca, por lo pronto para hacer la prueba de un mes de ejercicios para ver si pasaba al noviciado. Pero ocurrieron grandes dificultades para su admisión definitiva, y el arzobispo mal informado de su estado de salud ordenó que abandonara el monasterio. Esa tarde Gema lo abandonó. “Eran las 5 de la tarde y tuve que salir, llorando le pedí la bendición a la Madre superiora, saludé a las religiosas y me fui, ¡Dios mío, qué pena!”.
Son verdaderamente grandes e inefables los caminos por los cuales Dios conduce a sus elegidos.
Recibe el don de las Llagas de Jesús Crucificado
Luego de las extraordinarias visiones que le regalaba el Crucificado, decía Gema: “Vaya quien quiera a contemplarlo en el Tabor, yo lo contemplaré en el Calvario en compañía de mi querida Madre Dolorosa”. Fue el Divino Salvador quien estimuló este amor y dispuso la gracia a cosas más grandes, llevándola de la mano.
“El día 8 de junio (1899), después de la Comunión, Jesús me avisó que esa tarde me haría una gracia grandísima. Fui por la tarde a confesarme y se lo conté a Monseñor, quien me dijo que estuviera atenta y se lo contase luego todo. Llegada la tarde, de repente, más pronto que habitualmente, me sentí presa de un dolor interno, muy fuerte, por mis pecados… Después de esto me sentí recogida con todas las potencias del alma: el entendimiento no conocía más que mis pecados y las ofensas inferidas a Dios, la memoria me los traía todos a la vista, representándome al mismo tiempo los dos tormentos que Jesús había sufrido por salvarme; la voluntad me hacía detestar todos y sufrirlo todo para expiarlos. Multitud de pensamientos venían a mi mente: de dolor, de amor, de temor, de esperanza y de consuelo.
Al recogimiento interior pronto siguió la pérdida de sentidos y me hallé en presencia de mi Mamá Celestial que tenía a su derecha al Ángel de mi Guarda, quien lo primero que me dijo fue que hiciera un acto de contrición. Una vez hecho Mamá me dijo:
- Hija, en nombre de Jesús te son perdonados todos tus pecados.
Luego añadió:
- Mi Hijo Jesús te ama mucho y quiere concederte una gracia singular. ¿Sabrás hacerte digna de ella?
Mi miseria no sabía qué responder. Siguió diciendo:
- Yo seré para ti madre, ¿sabrás tu ser una verdadera hija?
Extendió su manto y me cubrió con él. En ese instante apareció Jesús con todas las llagas abiertas, pero de las llagas ya no salía sangre; salían llamas de fuego que en un momento vinieron a cebarse en mis manos, pies y costado. Me levanté para meterme en la cama, más noté que de aquellas partes que me dolían brotaba sangre. Las tapé lo mejor que pude y luego, ayudada por el Ángel, pude acostarme”.
Este prodigio tuvo lugar en la casa n° 13 de la vía Biscione, piso primero, parroquia de San Frediano, en donde habitaba entonces Gema con su familia. Desde ese momento podrá decir nuestra Santa junto con San Pablo: “Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús”. Gal 6, 17
A partir de ese día este prodigio se repetía periódicamente todas las semanas, desde el jueves alrededor de las 20 hs. hasta el viernes a las 15 hs. En sus manos y pies aparecían en carne viva las heridas con un diámetro de un centímetro cómo si fuese la cabeza de un clavo. La llaga del costado tenía forma de medialuna horizontal, medía 6 cm de longitud y 3 mm de ancho. Brotaba sangre de todas las heridas, pero con una especial abundancia la del costado, Gema tenía que ponerse paños doblados hasta que los mojaba todos.
Conoce a los Pasionistas
Pasados los misteriosos fenómenos que recibió la Santa, en su humildad se sentía muy indigna de merecer tales prodigios de la Divina gracia. Aún no se animaba a contarle a su confesor los hechos acontecidos.
Pasado el mes de junio llegaron a su ciudad, Lucca, los Padres Pasionistas para dar unas conferencias en la Iglesia Catedral de San Martín. Apenas Gema los vio sintió un especial afecto por ellos, entonces escuchó la voz de Jesús que le decía:
- ¿Te gustaría ir tú también vestida del mismo hábito?
- ¡Dios mío! – exclamó ella.
Él añadió: – Serás hija de mi Pasión e hija predilecta. Uno de éstos será tu padre, ahora ve y manifiéstaselo todo. Muy alegre Gema, que inmediatamente perdió todo temor de poder contar la gracia recibida, obedeciendo fue a presentarse ante uno de los Padres y de rodillas le confesó todo lo vivido. Maravillado de tales manifestaciones el Padre le dio ánimo, la exhortó a mantenerse humilde y agradecida a los beneficios divinos.
Luego pudo contarle todo a su confesor que le ordenó que le pidiera al Señor que no se manifestasen más aquellas impresiones en su cuerpo. Ella obedeció y lo obtuvo por un tiempo, pero luego volvieron a aparecer.
También el Provincial de los Pasionistas quiso conocer a Gema y ver sus llagas, lo cual permitió El Señor que suceda. Pudo ver a la Santa en éxtasis y con las llagas sangrando, así como también presenciar el momento en que ya pasado el conmovedor prodigio, su cuerpo volvía a la normalidad y milagrosamente se cerraban las heridas y ya no sangraban sin quedar ningún rastro de ellas. Conmovido exclamó: – Aquí está el Dedo de Dios -.
El Señor le concedió la gracia de participar no sólo de sus Llagas sino de los tormentos de su Pasión. Así fue como también la hizo partícipe de sus azotes, su corona de espinas, la llaga de su hombro y demás sufrimientos.
La casa de la familia Giannini
El Padre Pasionista Cayetano del Niño Jesús, quién había oído la confesión de Gema, le comentó sobre la vida de la Santa a Doña Cecilia Giannini, señora de una prestigiosa familia católica de Lucca. Como Gema no estaba a gusto en su casa con su familia ya que sus hermanos no comprendían los prodigios que recibía, se burlaban y hasta profanaban los divinos dones. Esto la afligía mucho y por eso rogaba al Señor la rescate de aquel lugar y la lleve donde pudiese vivir en recogimiento y oración. Ella pensaba en el ingreso a un convento. Recibiendo el buen Jesús su pedido concedió en su providencia que esta buena mujer llevase a la jovencita a vivir con ella.
Llegaron a quererse mucho, la convivencia las unía, se dirigían juntas a la Santa Misa, compartían una vida muy devota, y Gema con alegría y cariño la llamaba su mamá.
Intercesora por los pecadores
En una ocasión en que la visitó su confesor, el Padre Germán (Pasionista), ella se encontraba orando en su habitación, y al ingresar el Padre la vio en éxtasis conversando con Jesús. Gema le hablaba suplicando por la salvación de un pecador el cual estaba pasando por su juicio y El Señor obraba Su Justicia Divina, pero Gema insistía diciéndole: – Derramaste tu Sangre sin medida por los pecadores ¿y ahora quieres medir los pecados de éste? – El Señor le enumeraba los pecados de este pobre miserable mostrándole los motivos que tenía para resistirse.
Entonces suspirando Gema siguió luchando y le respondió: – Lo sé Jesús, muchas son sus faltas, pero más son las que yo he cometido y me perdonaste. Sí lo confieso, no merezco que me escuches, pero te presento otra intercesora por mi pecador. Es tu misma Madre quien ruega por él ¿dirás ahora que no a Tu Mamá? a Ella no puedes decirle no. Ya puedes decir que has perdonado a este pecador. –
El piadosísimo Jesús firmó la Gracia concedida y Gema exclamó con alegría: – ¡Está salvado, está salvado, Jesús venciste! Triunfa, triunfa siempre y siempre así.
Quiero ser Pasionista
Su alma tan apasionada por las cosas celestiales se encontraba muy disgustada en medio del mundo. Decía a su confesor: “¿Cómo me las arreglaré para estar en el mundo con todo lo que me fastidia? Sáqueme, sáqueme del mundo, no puedo permanecer en él por más tiempo, no es para mí.”
Escribió al Padre Provincial de los Pasionistas: “Padre, hace mucho tiempo tengo verdaderas ansias de ser Pasionista, no tengo nada para poder conseguirlo, ni padre ni madre, ni dinero, ni nadie que me quiera valer; lo único que tengo es el deseo vivísimo en mi alma”.
Había sólo un convento de religiosas Pasionistas en la ciudad de Corneto, y no querían admitir a Gema. Cuando ella supo que no aceptaban recibirla se propuso ir personalmente acompañada de la Sra. Giannini. Pero cuando ésta escribió a la Superiora para anunciarle su visita, recibió la respuesta de que podía ir con sus sobrinas, pero no con Gema, insistiendo específicamente en que no la querían ya que habían recibido habladurías sobre ella y prefería no permitirle ingresar en la clausura porque la comunidad de hermanas no estaba de acuerdo.
Al escuchar la carta Gema consintió diciendo: “Me da igual”. Pero en su interior sufría y no dejaba de pensar que algún día sería Pasionista.
Pasado un tiempo comenzó a hablarse de la posibilidad de hacer un convento de religiosas Pasionistas en Lucca, y Gema viendo la oportunidad de cumplir sus deseos de unirse a la orden se alegró mucho, pero no se contaba con el dinero suficiente para la fundación. Entonces nuestra santa insistía diciéndole a su Padre espiritual que a Jesús le disgustaba la desconfianza en su providencia, que comiencen a hacerlo que ya iban a ver como Él se ocupaba de todo.
En una visión Gema le preguntó a Jesús por el convento, Él le respondió: – Hija, tengo necesidad de almas que ofrezcan a mi Corazón un consuelo proporcionado al dolor que le causan tantas criaturas. Tengo necesidad de víctimas, pero víctimas fuertes. Para calmar la justa ira de mi Padre necesito presentarle almas cuyas tribulaciones, padecimientos e incomodidades suplan por la malicia e ingratitud de los pecadores. En otro tiempo se las presentaba y Él las aceptaba, pero ya no me bastan dichas almas porque son pocas en número -.
Jesús prosiguió: “Las Hijas de mi Pasión, si supieras hija, cómo se ha desarmado mi Padre las veces que se las presenté… ve escríbele inmediatamente a tu confesor y dile que cuando vaya a Roma hable de mi deseo de esta fundación con el Padre Santo, víctimas para aplacar el gran castigo. Si se realiza el nuevo convento en Lucca de las religiosas Pasionistas Yo te aseguro que se dará por satisfecho mi Corazón”.
También cuenta Gema a su padre espiritual: “Cuando me habló Jesús del nuevo convento no pude sacarle si yo debiera vivir en él; creo que no. Por otro lado, cuántas veces le pregunto y me deja sin contestación y me paga con una sonrisa”.
Y concluyó diciendo: “Escribe en el acto a tu Padre que se vuelva a Roma y hable con el Papa de este deseo, que le diga que se prepara un castigo y que se necesitan almas víctimas”.
Predicción de Gema
Poco después de esta visión hizo la predicción: “Que se decidan pronto porque de lo contrario, no habrá tiempo. Jesús no espera más y me ha dicho que me llevará consigo si dentro de 6 meses no se le da inicio a la obra. La Virgen me curó de la grave enfermedad, pero a condición de que se hiciera el convento. Si pronto no se pone manos a la obra recaeré y me llevara consigo”.
El Señor le dio a conocer que no se cumplirían las condiciones exigidas por lo cual tuvo que resignarse.
Luego nos relata: “Esta mañana fui a mi habitación y lloré mucho. Al fin dije – Fiat voluntas tua -. Las lágrimas no eran de dolor sino de resignación”.
El Fiat estaba pronunciado. Gema no pensó ya en ser religiosa ni volvió a decir palabra sobre esto; se ocupó de prepararse para bien morir, lo que ocurrió a los 6 meses como había predicho.
El Señor estaba satisfecho del buen deseo y sacrificio ofrecido con tanta generosidad por su sierva. Los votos de la profesión religiosa los había hecho privadamente (castidad, pobreza y obediencia) por devoción y monja Pasionista lo era en su corazón, y habían sido impresas en su propia carne las Llagas de la Pasión. Podía partir de este mundo satisfecha con haber realizado la misión que Dios le había destinado.
Última enfermedad, se ofrece como víctima
Aunque Gema había padecido mucho por los trabajos internos del espíritu y mucho también con la efusión de sangre, con la falta del necesario alimento y las vejaciones del demonio, así y todo, estaba bien conservada, tenía buenos colores y las fuerzas suficientes. Este estado de salud duró hasta la Pascua de 1902 en cuya solemnidad fue arrebatada por un éxtasis en el cual le manifestó el Divino Esposo: “Tengo necesidad de una expiación grande, particularmente por los pecados y sacrilegios con que me veo ofendido por los ministros del santuario”. Y añadió: “Si no fuese por los ángeles que asisten a mi altar, ¡a cuántos de ellos habría dado muerte repentinamente!”.
Tales palabras sobresaltaron y conmovieron el corazón de la fiel esposa, entonces el Señor le propuso si quería expiar aquellos pecados, ella inmediatamente exclamó: “¿Me preguntas si acepto, Jesús mío? Desde ahora descarga sobré mí tu justicia, para que en tan miserable criatura seas glorificado”.
El Señor aceptó tan generoso acto y Gema enfermó de gravedad. Su estómago repelió en adelante todo tipo de alimentos, sin poder retener bocado alguno. Su padre espiritual, que conocía el origen de su enfermedad, le ordenó que pidiese a Jesús que la sane, ella no quería, pero con docilidad le rogó al Señor que la curase. Él para mostrar primero que era el autor de lo que ocurría cómo lo agradable que era a Su Corazón la obediencia, la curó instantáneamente, pero por poco tiempo.
En 8 días se recuperó completamente, retomó su color y fuerzas habituales, pero pasados 20 días ya en el mes de septiembre recayó fuertemente, tenía episodios de fiebre muy alta y vomitaba sangre que era pulmonar.
Acompañado de todo este mal físico, para hacer más perfecta la ofrenda de esta
víctima, permitió Dios quede privada de toda manifestación celestial extraordinaria.
Quedó entonces sola, sin consuelos y consumida entre dolores cómo ofrenda al Señor. Quienes la cuidaban decían: “Gema está muy enferma, sólo es piel y huesos, sufre dolores agudísimos y penas interiores que espantan. No puede resistir más, morirá de un momento a otro”.
Estando en tal gravedad recibió la visita de su padre espiritual, el Padre Germán de S. Estanislao Pasionista, al verlo ella se alegró tanto que quiso pararse para recibirlo, él la bendijo y le indicó que se acueste que se sentaría a su lado. Entonces le dijo: – Padre, me voy con Jesús. Sí Padre, esta vez me lo ha dicho con claridad, al Cielo con Jesús. –
Pero él le preguntó entonces cuando iba a pagar las culpas cometidas, ella entonces le respondió: – Ya pensó en eso Jesús, me enviará sufrimientos en abundancia lo que me queda de vida; santificaré mis penas con los méritos de su Pasión, quedará satisfecho y así me llevará con Él al Paraíso.
Luego muy seriamente le dijo cómo debían administrarle los últimos sacramentos, dio todas las indicaciones de cómo la debían vestir después de muerta, de qué manera debían colocarla en el féretro, y donde sería sepultada, al hablar de esto le dijo gravemente: “Padre, advierta bien dónde me mete. No salga de Lucca sin que antes se asegure bien de lo que suceda a mi cadáver. Quiero decir que deseo que mi cuerpo no sea visto ni tocado por nadie porque es de Jesús”. Él le aseguró que así sería.
Su muerte
Llegando ya al mes de abril de 1903 el estado de la enferma era bastante grave, la fiebre iba en aumento constante y la imposibilito a moverse. También tuvo que dejar el alimento corporal (que eran sólo líquidos), ya que su estómago no retenía nada. Ella inclinando la cabeza dijo: “Jesús, así sea”. Hasta ese momento había recibido la Santa Eucaristía todos los días, acompañada por su tía, pero luego ya quedó inmovilizada.
A todos estos padecimientos físicos había que sumarle los espirituales, ya que el demonio quería conducirla a la desesperación y la torturaba con pensamientos de ansiedad, tristeza, amargura y temor. Le mostraba su vida como angustiosa, las desventuras de su casa y todas las privaciones. Así le terminaba diciendo: “Ahí tienes todo lo que has conseguido con tus fatigas en el servicio de Dios”.
También trataba de hacerle creer que Dios la tenía abandonada porque había errado en el camino y se condenaría, y que todos los favores que había recibido del Cielo no eran más que engaño e hipocresía.
Esta tentación fue la más larga y terrible de todas, que finalizó cuando con las pocas fuerzas que tenía comenzó a escribir su vida, en la que se declaró merecedora de mil infiernos, quería hacer una confesión general. Cuando terminó el escrito pidió que sea llevado a un sacerdote de buena fama que ella conocía, él la recibió y fue a darle la absolución para que se quedase tranquila.
Luego de tan dura batalla Jesús mismo la consoló diciéndole: “Hija mía, ¿por qué en vez de afligirte por las vejaciones de tu enemigo no pones toda tu confianza en mí? Humíllate bajo mi potente mano, y las tentaciones no te perjudicarán. Resiste, no te dejes dominar, y si la tentación persiste lucha tú también, que la lucha te conducirá a la victoria”.
Todo lo padecido no se apoderó de su semblante como suele pasar con los enfermos graves, antes aparecía alegre y sonriente. Jamás pidió el menor alivio ni especiales cuidados, ni se quejaba de las noches en que se quedaba sola a pesar de que era el momento en que más necesitaba ayuda.
Pero los suyos, con la necesidad de dar una atención más completa a la amada enferma, recurrieron nuevamente a las hermanas enfermeras llamadas Barbantinas, que la cuidaron con especial caridad y dedicación hasta su último momento. Todas las que la asistieron se maravillaban de la paciencia de Gema, sólo decían que cada tanto la escuchaban decir “Jesús mío, no puedo más”, pero al instante se retractaba y decía: “Sí, aún puedo otro poquito”.
La Santa sólo tiene un soplo de vida. Todo su cuerpo está sometido al dolor; la lividez de la muerte cubre su rostro y ella yace inmóvil en su lecho, tan digna de compasión como el mismo Jesús expirante en la cruz.
Llegó el Miércoles Santo, Gema estaba extática; fijaba sus ojos en el Cielo y sólo pronunciaba “Jesús, Jesús”. Ese mismo día se le administró la Santa Eucaristía, que recibió con gran reverencia quedando arrobada de amor. El Jueves Santo, día sumamente solemne para ella, se propuso ayunar de recibir agua por la abundante fiebre que tenía hasta recibir nuevamente la Comunión, y así lo hizo.
Llegó el Viernes Santo, cerca de las 10 de la mañana Doña Cecilia que la cuidaba la saludó pensando en retirarse a descansar un poco, pero la enferma la frenó diciéndole: “No me deje mamá, no hasta que esté clavada en la cruz. Tengo que estar crucificada con Jesús, porque me dijo Él que sus hijos deben morir crucificados”.
Se quedó la señora y poco a poco entró Gema en éxtasis extendiendo los brazos en cruz permaneciendo así hasta el mediodía. Su semblante era una mezcla de amor y dolor, de calma y desolación. Agonizaba con Jesús en la cruz. Los presentes miraban estupefactos. Todo aquel día, en la noche y en la mañana del sábado sufrió penas mortales. Parecía que iba a morir ahogada en la plenitud de sus penas físicas y espirituales.
A las 8 de la mañana del sábado se le administró el sacramento de la Unción de los enfermos en perfecto uso de sus sentidos, y atenta a las oraciones del sagrado rito, esforzándose en responder lo mejor que podía, aunque ya casi no tenía voz.
Luego de esto sufrió como nuestro Redentor la pena del total abandono, no tenía a su alrededor ningún sacerdote (el que había ido a administrarle los sacramentos se retiró luego de dárselos), sólo pobres mujeres que estaban allí para llorar más que para consolar. El Señor también se retiró dejándola sin luz en su entendimiento, ni el menor consuelo al corazón de la mártir. Así Gema quedó desamparada, con Jesús desamparado. Y en estas circunstancias, soportadas con un heroísmo increíble, consumida por la enfermedad, atormentada en las potencias de su alma y los sentidos de su cuerpo por el infernal enemigo, con las fuerzas que le quedaban suspiró sus últimas palabras: “Ya no puedo más. Te encomiendo Jesús mío, esta pobre alma”.
Pasó media hora más después de pronunciar su última frase, se sentó apoyando su cabeza en el hombro de un bienhechor, parecía dormida, pero de pronto sonrió e inclinando la cabeza expiró, tal como relata el Evangelio del Salvador en la cruz: “Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. Jn 19, 30
En tanto, su hermosa alma purificada en la visible presencia de su amado Jesús, su Madre celestial acompañada de su Ángel Custodio, al que con tanta familiaridad trató en vida, de San Pablo de la Cruz (a quien llamó en los últimos instantes), y de San Gabriel de la Dolorosa (de quien fue siempre muy devota), cargada de palmas y coronas, volaba al Cielo. Ninguno de los presentes advirtió que había muerto, ya que no sufrió espasmos ni una dura agonía, su muerte fue como un beso de aquella pura alma a su cuerpo mortal. Ocurrió la santa muerte una hora después del mediodía del Sábado Santo, que aquel año de 1903 correspondió al 11 de abril. Gema había conseguido del Señor morir en una gran Solemnidad.
Muerta la santa joven, custodiada por las Hermanas presentes que la habían cuidado, la vistieron de negro por su amor a los Pasionistas y luego pusieron en su pecho la insignia de la Pasión que representa aquella orden. Una guirnalda de flores en su cabeza, las manos unidas en su pecho cómo cuando oraba, el rosario en el cuello. No se borró de su rostro la dulce sonrisa que apareció en sus labios al exhalar su último suspiro.
Conseguirá muerta lo que no consiguió viva
Muerta Gema vinieron los remordimientos, pasados éstos siguieron el despertar y sin dar más dilaciones se comenzó el convento. Su Padre espiritual recordó el mandato que le había dado Jesús de ir a Roma y hablar con el Papa, así lo hizo y se presentó ante su Santidad Pío X, recién elevado al Pontificado, quien lo escuchó con mucho cariño, le agradó el diseño de la obra y tomando la pluma, de su puño escribió la aprobación. Dice así el precioso documento:
“Bendecimos con paternal afecto la fundación del nuevo monasterio de monjas Pasionistas en la ciudad de Lucca; a nuestro venerable hermano el Arzobispo Nicolás Ghilardi, que laudablemente la promueve; a la R. M. Superiora Josefa del Sagrado Corazón, que ha de ser su primera Superiora; a todos los bienhechores que han concurrido y concurriesen a establecerla y a las religiosas presentes y futuras que de él han de formar parte.
Deseamos además que, en sus oraciones, penitencias, prácticas devotas y otros ejercicios prescritos por la Regla del Instituto, las sobredichas piadosas vírgenes tengan por principal objeto de su comunidad ofrecerse como víctimas al Señor por las necesidades espirituales y temporales de la Santa Iglesia y del Sumo Pontífice.
Dado en el Vaticano el 2 de octubre de 1903”.
Pío X
Quedando resuelta la fundación, por fin removidas todas las dificultades, dos monjas y una hermana lega partieron del monasterio de Corneto a Lucca, en marzo de 1903, dos años después de la muerte de Gema. La profecía de la Santa ya realizada es hoy una plena realidad, donde descansan sus restos mortales en un magnífico santuario que le dedicaron en Lucca las hijas de San Pablo de la Cruz, las cuales la consideran fundadora y la llaman madre.
El sepulcro de Gema
El bendito cuerpo de la virgencita de Lucca, la que unos años después sería llamada “la Gran Santa del Siglo XX”, fue colocado en una caja de madera decente, pero sin pretensiones ni lujos, y en el interior se colocó un tubo de cristal que contenía un pergamino con la inscripción de un trabajo caligráfico que realizó el Reverendo Roberto Andreucetti, Vicario de la vecina parroquia de la Rosa, donde Gema acudía cada día para comulgar.
El cadáver fue sepultado en una tumba privilegiada y a cielo abierto, poniéndose sobre el mármol la siguiente inscripción:
+
GEMA GALGANI
virgen de Lucca inocentísima,
que a los veinticinco años de edad,
consumida por las llamas del amor divino
más que por la enfermedad,
el día 11 de abril de 1903,
vigilia de la Pascua de Resurrección,
voló al Cielo para unirse con su celestial Esposo.
DESCANSA EN PAZ
alma hermosa en compañía de los ángeles.
Su Canonización
Ni bien fallecida su fama de santidad comenzó a difundirse y crecer ampliamente. Eran miles los peregrinos que visitaban su sepulcro para pedirle favores y comenzaron a surgir numerosos milagros concedidos por intercesión de la Santa.
Así fue como se documentaron dos curaciones milagrosas y llegó su Beatificación, el 14 de mayo de 1933 por el Papa Pío XI. La solemne celebración fue presenciada por la única sobreviviente de la familia Giannini y de muchas otras personas que habían podido conocer y tratar a la nueva Beata.
Inmediatamente ocurrida esta exaltación a los altares comenzaron a llegar noticias de nuevos milagros obrados por la intercesión de la reciente Beata. Se siguieron con todos los trámites correspondientes para su reconocimiento y aprobación por la Santa Sede. Aprobados por el Papa Pío XII, se realizó la ceremonia de Canonización el 2 de mayo de 1940, que en ese año cayó en la festividad de la Ascensión del Señor.
Su festividad: 11 de abril
Oración compuesta por Santa Gema
Aquí me tienes postrada a tus Pies Santísimos,
mi querido Jesús, para manifestarte en cada instante
mi reconocimiento y gratitud por tantos y tan continuos favores
como me has otorgado y que todavía quieres concederme.
Cuántas veces te he invocado, ¡oh Jesús!,
me has dejado siempre satisfecha;
he recurrido a menudo a Vos,
y siempre me has consolado.
¿Cómo podré expresarte mis sentimientos amado Jesús?
Te doy gracias … pero otra gracia quiero de Vos.
¡Oh, Dios mío! , si es de tu agrado …
(Aquí se dice la gracia que se desea conseguir).
Si no fueras Todopoderoso no te haría esta súplica.
¡Oh Jesús!, ten piedad de mí.
Hágase en todo tu Santísima Voluntad.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria. (Con licencia eclesiástica)
Santa Gema – La comunión de los Santos
Santo Padre Pío
El Santo Padre Pío se declaró muy devoto de Santa Gema, en una de sus cartas al Padre Benito en 1921 (en ese año era Sierva de Dios), le confirma haber leído dos libros de la Santa publicados recientemente en ese entonces: “Cartas y éxtasis” y “La Hora Santa”.
Se sentía muy familiarizado con la vida sobrenatural de Gema, ya que ambos tenían experiencias místicas en común: los estigmas, los ataques y vejaciones demoníacas, la conversación frecuente con el ángel custodio, y demás visiones.
El Santo Padre Pío recomendaba a muchos de sus hijos espirituales la devoción a Gema, a quien llamaba «La Gran Santa», y cuando hablaba de ella se conmovía hasta las lágrimas y animaba a los devotos visitantes a conocer esta alma predilecta. Muy frecuentemente, enviaba a Lucca a algunos peregrinos llegados de Toscana y de algunas Regiones del Norte Italia ¿Por qué venís hasta aquí a pedir gracias? Corred a Lucca que está más cerca para vosotros y allá os está esperando Gema, que es una Gran Santa.»
Beato Carlo Acutis
A los 7 años, el beato Carlo Acutis, recibió la comunión y a partir de allí, la Eucaristía se convirtió en el centro de su vida. Ese mismo año, Carlo conoció a Santa Gema Galgani. No es casual que el beato se sintiera cautivado por Gemma, ella también hizo de Jesús Sacramentado el centro de su santidad.
Pues, decidido a conocer donde Santa Gema había vivido, Carlo peregrinó con sus padres a la Casa Giannini en la ciudad de Lucca, Italia. Se trataba del hogar donde Gema fue acogida por la familia Giannini como una “duodécima hija”. Allí mismo la santa vivió hasta su muerte en una intensa vida mística en unión con Cristo.
En esa visita, Carlo dejó un mensaje para la Santa y el Padre Pío, hoy parecen palabras proféticas. Tenía sólo 7 años y escribió el siguiente mensaje en el “Diario de los peregrinos” de la Casa Giannini.
Nota del puño y letra de Carlo
Dice: “Como ves me dejo guiar por ti. Tengo miedo, pero el miedo no me detendrá. Pero tú seguiste cerca de mí junto al Padre Pío. Los quiero mucho. Carlo”.
Tenía sólo 7 años y era como si el Beato Carlo ya supiera lo que le tocaría enfrentar. Y sin embargo, siendo tan pequeño descubrió que los santos -como Santa Gema o el Santo Padre Pío- nos acompañan en nuestro camino a Jesús.
Santa Gema, Santo Padre Pío y Beato Carlo Acutis: ¡Rueguen por nosotros!
Anécdota
Cómo ya relatamos bajo obediencia, se le ordenó a Gema que escribiera un diario con el propósito de dar al Padre Germán, su director espiritual, conocimiento de veinte y un años de su vida antes de que se conocieran. Mientras lo escribía, tenía que batallar continuamente con su desprecio en hablar de sí misma. Esta autobiografía/diario era odiado por Satán, ya que preveía el gran bien que podría hacer a las almas.
El P. Germán cuando escribió sobre ella, relata: «Satán estaba rabioso con el diario y trataba constantemente de deshacerse de él. Tengo que relatar aquí lo que parece increíble, pero que es un hecho real e histórico en el que no hay lugar para la imaginación. El manuscrito de Gema, ya terminado, le fue entregado por orden mía a la madre adoptiva de Gema, la señora Giannini, quien lo guardó escondido en una cómoda esperando la primera oportunidad para entregármelo. Pasaron algunos días y Gema pensó que había visto al demonio pasar a través de la ventana del cuarto donde la cómoda estaba, riéndose, y después desapareciendo en el aire. Acostumbrada como estaba a tales apariciones, no le dio importancia. Pero él, habiendo regresado poco después de molestarla, como pasaba frecuentemente, con tentaciones repulsivas y habiendo fracasado con ellas, se fue rechinando los dientes y declarando exultantemente: «Guerra, guerra, tu libro está en mis manos».
Entonces Gema, me escribió para decírmelo. Y debido a la obediencia bajo la que se encontraba hacia su vigilante benefactora, la Sra. Giannini, para decirle cualquier cosa extraordinaria que le pasara, pensó que estaba obligada a decirle lo que había ocurrido. Fueron, abrieron la cómoda y encontraron que el libro ya no estaba ahí. Me escribieron de inmediato, y es fácil imaginar mi desconsuelo por haber perdido tal tesoro. ¿Qué tenía que hacerse? Pensé mucho en esto, y justo entonces, mientras estaba en la tumba del bendito Venerable Gabriel, una idea fresca me vino a la cabeza. Resolví exorcizar al demonio y entonces forzarlo a regresar el manuscrito si realmente él lo había tomado. Con mi estola ritual y agua bendita fui a la tumba del bendito Siervo de Dios y ahí, a pesar de estar cerca de cuatrocientas millas de Lucca, pronuncié los exorcismos de forma regular. Dios bendijo y apoyó el ministerio, y a esa misma hora, el escrito fue regresado a su lugar del que había sido tomado varios días antes, pero ¡en qué estado! Las páginas, de principio a fin, estaban todas ennegrecidas de humo y en partes quemadas como si cada una hubiera sido separadamente expuestas a un fuego intenso, pero no tan quemadas como para destruir la escritura. Este documento, habiendo pasado por el fuego del infierno, está en mis manos. Es un verdadero tesoro, como ya he dicho, de contenido importantísimo que, de haber sido destruido, nunca hubiera llegado a conocerse».
Reliquia Diario manuscrito de Gema
_____________
Bibliografía
- Santa Gema Galgani (Biografía) – Autores: Germán de S. Estanislao y Basilio de S. Pablo (sus padres espirituales). Editorial Palabra, colección Arcaduz.
- La Gloria de la cruz, autobiografía, diario espiritual, cartas, éxtasis y otros escritos. Editorial Biblioteca de Autores Cristianos, colección clásicos de espiritualidad.
- Web de su santuario en Lucca: https://www.santagemma.eu/index.html