Celebramos su fiesta el 3 de diciembre.
¿Quién es San Francisco Javier?
Francisco nace en el castillo de Javier en la región de Navarra en el año 1506. Mientras estudia en París se une al grupo de un gran santo, Ignacio de Loyola, y es ordenado sacerdote en el año 1537. Cuatro años más tarde viaja a Oriente desde Portugal como misionero jesuita. Allí evangeliza incansablemente la India y Japón durante once años, convirtiendo a muchos a la fe. Muere en el año 1552 en la isla de Sancián, a las puertas de China. Su vida fue una loca aventura, de principio a fin. No faltaron los riesgos, los cambios violentos de rumbo, los milagros prodigiosos, ni hubo lugar para la abulia o el aburrimiento. San Francisco Javier nació en una cuna de oro, pero encontró la felicidad plena en la incomodidad de los viajes, la enfermedad, el frio, la pobreza, para morir finalmente en una choza en una isla perdida en el mar de la China.
Su familia y la profecía que no tarda en cumplirse
Francisco nace en 1506 en el castillo de Javier en Navarra, España. Es hijo del doctor Juan de Jaso y doña María de Azpilcueta, y es el quinto hijo de la noble familia. A los dieciocho años Francisco viaja a Francia para estudiar en la famosa Universidad de París aspirando a una ambiciosa carrera eclesial. Su hermana Magdalena, abadesa del monasterio de Santa Clara de Gandía, pide a su familia en momentos de mayor dificultad que continúen sosteniendo económicamente los estudios de Francisco en París profetizando que su hermano sería un gran servidor de Dios y una de las columnas de Su Iglesia.
Encuentro que lo transforma
Dios le estaba preparando grandes cosas, por lo que dispuso que durante sus años de estudio en París Francisco tuviese como compañero de pensión a Pedro Fabro, fraternal amigo también elevado a santo. Francisco adquiere junto con su amigo Pedro el grado de licenciado a sus 24 años.
En este tiempo Francisco conoce a un extraño estudiante, ya bastante mayor que sus compañeros, llamado Ignacio de Loyola. Ignacio fue un gran santo que comienza a estudiar en París con 38 años, luego de atravesar una violenta y tumultuosa conversión.
En un principio Francisco evadía la cercanía de Ignacio, quien le repetía una pregunta que El mismo Jesús nos hace en el evangelio: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?» (Mt 16.26). Este pensamiento no llega a Francisco por simple obra del azar, en verdad lo contrariaba en sus aspiraciones de grandeza terrenal. Es por eso que, poco a poco, las palabras de Jesús y las profundas conversaciones con Ignacio fueron calando hondo en el corazón de Francisco retando su orgullo y vanidad.
Finalmente, Ignacio logra que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro espiritual muy especial que el mismo Ignacio había desarrollado basado en su propia lucha por la santidad. Es así que Francisco realiza los Ejercicios Espirituales bajo la guía de su amigo y mentor en momentos de gran combate espiritual. Allí, Francisco queda completamente transformado por la Gracia de Dios que lo envolvió de forma especial. Por fin puede comprender la voz de Jesús en las sabias palabras de Ignacio: «Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente».
Hombre nuevo y un gran paso en su vocación
Junto a sus compañeros, los primeros seguidores de San Ignacio, Francisco se consagra al servicio de Dios a sus 28 años en Montmartre el día de la Asunción. Allí es fundada la Orden de la Compañía de Jesús tomando los votos de castidad y absoluta pobreza. Además -animados en el espíritu misionero- deciden ir a Tierra Santa donde comenzaría su obra misionera, poniéndose bajo la total dependencia del Papa.
En Venecia -tres años más tarde- Francisco recibe la ordenación sacerdotal rodeado de la fraternal cercanía de la Orden. Son los tiempos en que comienzan los sueños, proyectos y vicisitudes de la naciente Compañía de Jesús. Debido a los conflictos y guerras en Venecia, se ven imposibilitados de peregrinar a Jerusalén por lo que se dirigen a Roma para presentarse ante el Papa. Emprendiendo este camino, Francisco junto a Ignacio redactan las Constituciones de la Compañía de Jesús.
Finalmente, en 1540 la nueva Orden es aprobada por la Iglesia siendo así fortalecidas sus alas con la obediencia.
¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!
Francisco comienza su gran aventura misionera a sus 35 años cuando San Ignacio lo envía a llevar la Buena Noticia a Oriente en la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. La misión parte desde Lisboa donde Francisco había permanecido ocho meses para preparar el viaje y asistir espiritualmente a la ciudad hasta su partida.
Luego de una larga travesía por los mares, Francisco llega a las colonias portuguesas en las Indias Orientales como delegado pontificio contando con el apoyo del rey Juan III de Portugal. La sencillez de Francisco es tal que viaja tan sólo con lo indispensable para su obra misionera. Ésta comienza sin demora por dar el alimento espiritual y asistir a los enfermos entre los tripulantes de los navíos que viajan con él en la expedición.
Por fin, el 6 de mayo de 1542 la expedición llega a Goa -en la India- la cual era colonia portuguesa desde 1510.
Los cristianos en las colonias
Francisco encuentra a los cristianos de Goa al punto de abandonar la fe por la ambición, la usura y los vicios en los que se arrastraban los portugueses asentados allí. Si bien la Goa de aquella época contaba con el clero y muchas iglesias, entre la comunidad de fieles los sacramentos habían caído en desuso y se usaba el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus esclavos. Ardua es la misión que el Señor le encomienda a Francisco. Sin embargo, él sin temor se entrega confiado al servicio de Dios y de los hombres.
En su estancia en Goa, Francisco reside humildemente en el Hospital celebrando allí misa al amanecer, dedicándose a los enfermos y dando la confesión y la comunión. También visita a los presos y a los leprosos alejados de la ciudad para llevarles el alimento espiritual sin olvidarse de ninguna alma. Todas las tardes se ve a Francisco recorrer las calles haciendo sonar una campanilla llamando a niños y a esclavos a la catequesis, quienes acuden con su característica alegría. El santo les enseña el Credo, las oraciones y la práctica de la vida cristiana teniendo tal eficacia en su labor misionera que pronto la gente acudía en masa a la prédica en la catequesis pública y en la Misa. En sus cartas, Francisco explica que muchos cristianos dejaban de serlo por no haber personas que se ocupasen de enseñar. Muchos son los que tienen los conocimientos para hacerlo y que, sin embargo, privan a las almas de la Gracia por su negligencia.
Esa sed por las almas lo lleva a desear llegar no sólo a los fieles sino también a los gentiles, aquellos que jamás habían oído hablar de Jesús. Es así que habiendo combatido la vida de pecado de muchos portugueses en concubinato y alejados de una vida en Gracia, deja el rebaño de Goa en manos de los compañeros jesuitas que próximamente vendrían. Tan fuerte es la semilla de Dios plantada por Francisco que a su partida comienza a construirse en Goa el Colegio de San Pablo que continuaría con la formación de muchas almas y la construcción del Reino. Hoy día se puede ver en Goa la puerta del Colegio que aún se sostiene de pie.
La Tribu de los Paravas
Luego de la intensa actividad de Francisco en Goa, donde estuvo cinco meses, viajó a las costas de La Pesquería -actualmente las costas del sur de India- donde se encontraba la tribu de los Paravas. Ellos se dedicaban a la pesca de perlas por lo que eran perseguidos y acosados por los árabes y otros enemigos, tan así que habían aceptado el bautismo con tal de obtener la protección de los portugueses. Sin embargo -por falta de instrucción- conservaban aún las supersticiones del paganismo y practicaban sus errores. La tribu «sólo sabía que era cristiana y nada más».
De inmediato Francisco se dedicó a visitar aldea tras aldea para instruir a los paravas, consolarlos y defenderlos, en todas las formas y circunstancias que pudo. Para esto aprende el idioma nativo y con gran esfuerzo traduce las oraciones cristianas y bases de la fe en Jesús de modo que enseña dos veces al día reuniendo a todos los que podía, especialmente a los niños. Luego de rezar en coro estas oraciones, eran llevadas a sus familias y vecinos transformando los corazones en todo el lugar. Eran tantos los que se bautizaban que el mismo Francisco cuenta en cartas que tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo que apenas podía moverlos. Francisco vive al modo de Jesús, come lo que la gente le ofrece y duerme en las mismas viviendas como lo hacían los paravas.
La curación milagrosa de una mujer parturienta
Entre los paravas El Señor obró muchos milagros con la intercesión de Francisco. Él mismo relata en sus cartas las curaciones recibidas en la comunidad con muchísima humildad atribuyendo al Señor todo poder y Gracia. Dios en Su Misericordia no sólo da la salud del cuerpo sino también la salud espiritual. Francisco escribe que por la enfermedad El Señor llama a las almas y con la fuerza del milagro los atrae a la fe.
Así fue el caso de una mujer con dolores de parto desde hacía tres días. Ya todos desconfiaban de que pudiera sobrevivir, pero Francisco entró en su casa invocando El nombre de Cristo y confiando al Señor a aquella mujer en la oración. Francisco le pregunta a la mujer si desea ser cristiana, a lo que ella responde con mucha fe que sí. Inmediatamente después de bautizarse, la mujer que esperó y creyó en Jesús finalmente dio a luz a su hijo. Luego, Francisco bautiza a toda la familia, incluyendo al recién nacido, teniendo así todos una vida nueva en Cristo.
Malaca y el Gozo de Servir al Señor
En la primavera de 1545 Francisco parte en expedición para Malaca, importante ciudad de la red colonial portuguesa en Asia. A este viaje se une Juan de Eiró, un rico mercader que poco antes -en un encuentro casual pero profundo con Francisco- sintió el llamado a trabajar para el Reino de Dios dejando todos sus bienes para seguir a Cristo. Francisco nombra al convertido mercader “soldado de Cristo” sin saber que más tarde se haría franciscano y hasta daría su vida como mártir por la fe.
En Malaca Francisco pasó cuatro meses donde además de su labor misionera en el lugar, traduciendo las oraciones y doctrina cristiana a la lengua malaya, continuó preparando la expedición hacia las islas Molucas del archipiélago de Oceanía. Durante un año y medio recorrió estas islas con verdadero espíritu misionero, sin escatimar en sufrimientos y teniendo que atravesar naufragios y peligros entre duras condiciones materiales y enemigos manifiestos, pero con el consuelo del Señor que transforma la entrega en paz y gozo en Él porque nos prometió “vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio”. (Mateo 11, 28-30).
En la visita a una de estas islas de las Molucas se alzó una fuerte tempestad, por lo que Francisco levantó el Crucifijo pidiendo al Señor que calmara los vientos. Sin embargo, por la inestabilidad de la embarcación, se le cayó el Crucifijo al mar. Al día siguiente, una vez ya pasado el temporal, llegaron a la isla destino y caminando por la playa vieron con asombro un cangrejo que sale del mar con el Crucifijo perdido entre sus pinzas.
De vuelta a Malaca, Francisco pasó allí otros cuatro meses predicando antes de regresar a la India. En ese tiempo, oyó hablar de Japón a unos mercaderes portugueses y conoció personalmente a un fugitivo de Japón, llamado Anjiro. En enero de 1548 Francisco desembarcó nuevamente en la India donde estuvo quince meses consolidando su obra misionera -especialmente el Colegio de San Pablo- con la ayuda de nuevos compañeros llegados a Goa y preparando su partida para Japón, tierra que hasta aquel entonces pocos occidentales habían llegado y a la que El Señor lo llama a llevar Su Palabra.
Su misión en Japón
En abril de 1549 partió de la India acompañado por otro sacerdote de la Compañía de Jesús y un hermano coadjutor, por Anjiro (que había tomado el nombre de Pablo por el bautismo) y por otros dos japoneses que se habían convertido al cristianismo. El día de la fiesta de la Asunción, quince años después de haber realizado los votos con la Compañía de Jesús en Montmatre, desembarcaron en Kagoshima, Japón.
Francisco relata en sus cartas encontrarse en Japón con una civilización distinta, con una religión más organizada y una curiosidad intelectual que lo llevó a poder penetrar en los misterios de la fe iluminados con la razón.
En Kagoshima, los habitantes los recibieron sin enemistad pudiendo Francisco predicar las bases de la fe. Para esto se dedicó a aprender el idioma japonés, lo cual no era nada fácil para él. Sin embargo, logró traducir al japonés una exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos se mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año de trabajo había logrado unas cien conversiones. Ello provocó la desconfianza de las autoridades, y finalmente le prohibieron que siguiese predicando. Entonces, Francisco decidió trasladarse a otro sitio con sus compañeros, dejando a Pablo el cuidado de los recién conversos. Antes de partir de Kagashima fue a visitar la fortaleza de Ichku; ahí convirtió a la esposa del jefe de la fortaleza, al criado de ésta, a algunas personas más y dejó la nueva cristiandad a cargo del criado. Diez años más tarde, Luis de Almeida, médico y hermano coadjutor de la Compañía de Jesús, encontraría en pleno fervor a esa cristiandad aislada.
Luego, Francisco se trasladó a Hirado, al norte de Nagasaki. El gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros, de suerte que en unas cuantas semanas pudieron hacer más de lo que había hecho en Kagoshima en un año. El santo dejó esa cristiandad a cargo del sacerdote de la Compañía y partió con el hermano coadjuntor y un japonés a Yamaguchi, en Honshu. Allí predicó en las calles y delante del gobernador; pero posteriormente éste lo vio como rival y Francisco decidió seguir emprendiendo camino hacia Miyako (Kioto). Ésta era en aquel entonces la principal ciudad de Japón.
El camino en el frío del invierno hizo el viaje en extremo penoso dados los aguaceros, la nieve y los abruptos senderos que hicieron navegando o a pie para no perder la oportunidad de predicar por los pueblos y aldeas. Así, sin perder la fe finalmente llegaron a Miyako en el mes de febrero de 1551. Sin embargo, Francisco encontró allí la ciudad sumida en una guerra civil, semidestruida, por lo que entendió que en ese momento no podía hacer ningún bien ahí. Regresa entonces a Yamaguchi, quince días después.
Nuevamente Francisco desea presentarse ante el gobernador de Yamaguchi pero esta vez en lugar de vestir su gastado hábito que reflejaba la pobreza de sus viajes, viendo que esto se convertía en un obstáculo para llegar al gobernador, se vistió con gran pompa y fue escoltado por sus compañeros con todo el esplendor de su título de embajador de Portugal. En el encuentro con el gobernador le entregó las cartas que le habían dado para el caso las autoridades de la India y le regaló una caja de música, un reloj y unos anteojos, entre otras cosas. El gobernador quedó encantado con esos regalos, dio a Francisco permiso de predicar y le cedió un antiguo templo budista para que se alojase mientras estuviese ahí y sea centro para desarrollar sus actividades. Habiendo obtenido así la protección oficial, Francisco predicó con gran éxito y bautizó a muchas personas.
Habiéndose enterado de que un navío portugués había atracado en Funai (Oita) de Kiushu, el santo partió para allí y resolvió subir en ese barco a visitar sus comunidades cristianas en la India antes de realizar el deseado viaje a China, país que Francisco había estudiado como el origen e influencia de la religión japonesa. Los cristianos de Japón, que eran ya unos 2000, quedaron al cuidado del sacerdote jesuita y del hermano coadjutor que acompañaron a Francisco en la expedición. A pesar de las dificultades que sufrió en esta expedición, Francisco mira con satisfacción la labor misionera comenzada en el pueblo de Japón, en quienes ve grandes virtudes que cultivadas en el amor a Dios darían grandes frutos.
Su última expedición
En abril de 1552 Francisco se embarcó nuevamente en la expedición a China, pasando por Malaca. Durante el viaje a Malaca comenzó a escasear el agua y los tripulantes afligidos ante la amenaza de muerte recurrieron a Francisco quien los alentó en la Providencia y Misericordia del Señor. Así, Francisco se acercó a la cubierta, bajó a una embarcación pequeña con un testigo a quien le hizo probar el agua de mar puesta en vasijas y dijo que estaba salada como era de esperar. Francisco levantó sus ojos al cielo, rezó y bendijo el agua de mar. Luego, le hizo probar nuevamente el agua al testigo, la cual para el asombro de todos ya no se encontraba salada sino dulce y deliciosa. Volviendo a la cubierta, Francisco mandó llenar todas las vasijas del agua bendecida. Este milagro convirtió a muchísimas almas que viajaban en la expedición, lo que nos enseña a confiar con fe y esperanza viva en el Señor.
En Malaca, acompañaría a Francisco en la expedición a China Diego Pereira a quien el virrey de la India había nombrado embajador ante la corte de China. De esta forma se presentaría una embajada del Rey Juan III de Portugal ante el emperador de China. Sin embargo, Francisco encontró grandes obstáculos en el jefe de la marina, quien enemistado con Diego Pereira negaba la partida de la expedición al punto de incurrir en la excomunión por impedir la labor de Francisco como nuncio apostólico. Finalmente, la expedición partió de Malaca, no como embajada conforme los planes de Francisco, sino como un viaje comercial más, y llegó a fines de agosto de 1552 a la isla de Sancián, situada a 100 km del sur de Hong Kong.
Su misión llega a las puertas de China
En esa época en la China continental estaba prohibido el ingreso de extranjeros, siendo pocos los que habían podido entrar, quienes incluso eran encarcelados o hechos cautivos, motivo por el que ningún navío portugués se atrevía a ir. Estos peligros no disminuían los esfuerzos de Francisco por intentar llegar a la China continental. Sin embargo, en el crudo invierno Francisco cayó gravemente enfermo. Primero, se refugió en el navío, pero luego pidió que lo llevasen a tierra firme. Trasladaron a Francisco a una choza de paja donde el frío se colaba por las rendijas y donde le consumía la fiebre. Los cuidados hacia Francisco resultaron en vano, y él día a día se debilitaba cada vez más hasta finalmente fallecer al amanecer del sábado 3 de diciembre, acompañado de un fiel amigo. Él escribe: «viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después entregó el alma a su Creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el Nombre de Jesús». Francisco tenía entonces 46 años, habiendo pasado sus últimos 11 años en el oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde asistiendo a su entierro su amigo, un portugués y dos esclavos.
Milagrosamente su cuerpo se conserva incorrupto
Meses más tarde, con el fin del invierno y en preparación para que regresaran los navíos a Malaca, ordenaron que se desenterrase el cuerpo de Francisco. Para gran sorpresa de todos los presentes, el cuerpo estaba totalmente intacto, como si estuviese vivo y un aroma dulce y suave emanaba del féretro que se trasladó a Malaca. Allí lo reciben con gran gozo, y se comprueba nuevamente que el cuerpo se hallaba incorrupto. En cortejo fúnebre el cuerpo de Francisco es sepultado en una iglesia, escoltado por sus compañeros jesuitas y habitantes de Malaca que recordaron con cariño al santo.
A un año de su fallecimiento el cuerpo de Francisco es transportado a Goa, capital de la india portuguesa, donde finalmente reposó en el Colegio San Pablo y luego en la Basílica del Buen Jesús, hasta la actualidad.
Fue canonizado el 12 de marzo de 1622, a la vez que Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri y San Isidro Labrador. Además, junto a Santa Teresita del Niño Jesús, es patrono de las Misiones. Celebramos su fiesta el 3 de diciembre.
La vida de San Francisco Javier es una aventura de principio a fin. Uno puede preguntarse si hay mejor forma de vivir una vida que la que tuvo él, y sin embargo para la mayoría de nosotros resulta lejano y extraño el decidirse a seguir a Francisco, en sus locos recorridos por el mundo. No hace falta ir muy lejos, en realidad. Todos tenemos alrededor lo necesario para iniciar el camino. Hay que evangelizar el metro cuadrado que tenemos a nuestro alrededor, y si empezamos por allí, terminaremos seguramente mucho más lejos de lo que jamás hubiésemos soñado. San Francisco Javier, enciende mi corazón con las llamas de tu pasión evangelizadora.