Ya en vida olía a santidad, y así su mensajería por cartas de América a Europa, eran traducidas a varios idiomas. Algunos conventos reformaban su vida en base a lo que allí leían. A su muerte se calcula que alrededor de 70.000 personas se habían beneficiado de los retiros (Ejercicios Espirituales) que ella hizo. Caminó unos 4.000 kilómetros para trasladar y defender el estandarte de los jesuitas. El 11 de febrero de 2024, en Roma, fue declarada santa, siendo la primera santa argentina.
Fiesta: 8 de marzo
María Antonia de Paz y Figueroa nació en el pueblo de Villa Silípica, Santiago del Estero, en lo que luego sería Argentina, en 1730. Su padre, Francisco Paz y Figueroa, había recibido por parte del Rey el privilegio de ser encomendero, cargo heredado a su vez de sus antepasados y que era reservado a unos pocos. La corona, además de concederle tierras, le proveía de un grupo de indios para protegerlos, educarlos y evangelizarlos; a cambio, los indios debían pagar un tributo por ser vasallos de la corona.
Por su origen aristocrático, Mamá Antula se había criado con ventajas propias de su clase, como honores y la mejor educación. Sin embargo, a los 15 años tomó una decisión importante y muy distinta a la que solían elegir las mujeres como ella (casarse o entrar a un convento). Mamá Antula decidió acompañar a los jesuitas como beata de la Compañía de Jesús en la tarea de evangelización de los pueblos nativos santiagueños, enseñándoles la Palabra de Dios, a leer y a escribir, y a perfeccionar técnicas de ganadería y agricultura. Ella quiso así acompañar a los más necesitados y olvidados. En aquel tiempo las beatas eran mujeres laicas que dedicaban su vida a servir a los demás, y podían vivir solas o junto a otras en el beaterio. María realizó de manera privada los votos simples de castidad y pobreza y desde ese momento decidió llamarse María Antonia de San José. Sin embargo, ella hablaba quechua y fueron los indígenas quienes la bautizaron como “Mamá Antula” porque en quechua se llama Antula a las Antonias.
Con los jesuitas Mamá Antula había aprendido a organizar el máximo tesoro de esa orden religiosa: los Ejercicios Espirituales, legados directamente de su fundador, San Ignacio de Loyola. Sin embargo, en 1767 y por orden de Carlos III los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la Corona española. María Antonia tenía entonces 38 años y en una experiencia de epifanía en la celda capilla de San Francisco Solano, recibió la misión de su vida: continuar con la práctica de los Ejercicios Espirituales, para la salvación de las almas. Ella notó el vacío profundo que había ocasionado la partida de los jesuitas, espiritual y moralmente, y fue entonces cuando empezó su misión. El anhelo más grande de esta beata sería la restauración de la orden de la que tanto había aprendido y quería. Cada 19 del mes, día de San José, ella pedía se ofreciera una misa con esta intención.
Su decisión no fue bien recibida por los miembros de su Comunidad, donde existía un clima hostil hacia la Compañía de Jesús, pero María Antonia perseveró en su intención de seguir organizando los Ejercicios Espirituales. Entre 1768 y 1770 los participantes vivieron el Tiempo de Retiro durante varios días, recibiendo orientación y reflexionando sobre sus vidas. Para este proyecto contó con el pleno consentimiento de su confesor y del Obispo de la ciudad de Santiago del Estero, donde abrió una casa. Para ello viajó a diversos lugares del norte del país, siempre a pie: Santiago del Estero, Silípica, Loreto, Salavina, Soconcho, Atamasqui. Más tarde también fue a otras provincias como Catamarca, La Rioja, Jujuy, Salta y Tucumán. El Obispo de Tucumán dio su consentimiento a su iniciativa y permitió la difusión, y así en Córdoba estuvo dos años.
El método seguido por Mamá Antula fue muy sencillo. Apenas llegaba a una ciudad o pueblo, se presentaba inmediatamente ante las distintas autoridades para obtener los permisos pertinentes para realizar los Ejercicios. Los ejercicios duraban unos 10 días y se celebraban a lo largo de todo el año. Los participantes eran personas de distintas condiciones sociales.
Primeros pasos en Buenos Aires
Mamá Antula finalmente viajó a Buenos Aires en septiembre de 1779 a sus 49 años, después de un viaje de 1400 km recorridos a pie. Iba vestida con una capa, similar a la que usaban los jesuitas, y una Cruz alta. Al llegar a Buenos Aires, que entonces se llamaba Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto Santa María del Buen Aire y contaba con unos 25.000 habitantes, fue recibida de un modo hostil. En la calle se le burlaban, y cuentan que hasta un grupo de chicos les tiraron piedras. Su equipo eran otras mujeres beatas que se le unieron desde Santiago del Estero, entre ellas, unas parientes. El primer refugio que encontraron fue la parroquia de la Piedad donde le pidió a la Virgen de la Piedad que la protegiera a ella y a sus compañeras. En ese lugar es donde su cuerpo descansaría para siempre. Luego se dirigieron a la casa de unas primas de Mamá Antula, llamadas Castellón, que pertenecían a una destacada familia santiagueña. Su casa estaba ubicada en la calle Independencia, entre Defensa y Balcarce. Durante los tres días que Mamá Antula y sus compañeras se quedaron en la casa, las primas notaron algo raro: la lluvia no la mojaba a Mama Antula. Un día de tormenta en que ellas estaban afuera, al regresar empapadas, vieron a Antula rezar en el patio interno, al invitarla a entrar se dieron cuenta que su capa estaba seca.
Sin perder el tiempo, Mamá Antula se presentó al Virrey y al Obispo para obtener el permiso de organizar los Ejercicios. Esperó cerca de un año para conseguirlo, pero le fue negado principalmente por el Virrey, que sentía aversión por todo lo relacionado con la Compañía de Jesús. Se le ocurrió una estrategia: que otras personas le contaran de su obra y los convencieran de que su misión era provechosa para la gente. Aunque llevó su tiempo y requirió de paciencia, al año siguiente, en 1780, comenzaron los retiros en Buenos Aires con increíble éxito. Observando los frutos que esta espiritualidad producía entre los fieles, el Obispo cambió de opinión y la apoyó, tanto que hizo que los clérigos practicaran los ejercicios antes de ser ordenados sacerdotes. Cuentan que el Virrey al recibirla por primera vez en el palacio, de inmediato la despidió. Mamá Antula al salir le profetizó a los soldados que hacían la guardia que a la una de la tarde habría una furiosa tempestad y oirían el toque de una campana. Sólo algunos le creyeron y se retiraron. La tormenta llegó a la hora indicada por Antula, un rayo cayó sobre el depósito de pólvora y solo se salvaron los que habían partido tras escuchar la campana. Al día siguiente, los sobrevivientes se lo contaron al Virrey Vertiz quien la mandó a llamar y le concedió la tan ansiada licencia para empezar los ejercicios espirituales en Buenos Aires.
Mamá Antula alquiló una casa en el barrio porteño de San Nicolás, y a la primera tanda asistieron veinte personas. Para acrecentar el número, a Mamá Antula se le ocurrió organizar procesiones al templo que tenían enfrente -San Miguel- y así despertar la curiosidad de la gente. A la tercera convocatoria asistieron más de cien personas. Y dos años después ya habían pasado más de quince mil personas por los ejercicios. En ellos, todas las clases sociales se mezclaban: jueces, obispos, campesinos y esclavos.
Mamá Antula solía salir por las calles con un carro vacío que volvía a la Casa lleno de limosnas: desde dinero hasta frutas, carne, yerba, porotos, y azúcar. Cuentan que era tan buena administradora que hasta a veces lograba reservar una parte del dinero para enviar a los jesuitas exiliados en Europa que vivían al día tras ser suprimida su orden religiosa.
Gracias al gran intercambio epistolar que mantuvo -principalmente para mantener contacto con los jesuitas, fomentar amistades, solicitar privilegios y servir de nexo- es considerada la primera escritora rioplatense. Entre quienes aguardaban sus noticias estaba la emperatriz Catalina de Rusia porque ella había dado amparo a los jesuitas expulsados y perseguidos. El imperio ruso era el único lugar en el mundo donde persistía la Compañia de Jesús, y gracias a la voluntad de la emperatriz muchos jesuitas se refugiaron allí.
Desde un penitenciario de Inglaterra, un jesuita traducía sus cartas al inglés, y también lo hacían en Alemania y Francia. En 1791, en vida de Mamá Antula, se publicó un opúsculo en francés, de autor anónimo, titulado “El estandarte de la mujer fuerte de nuestros días”. El texto hablaba de la obra de la beata y citaba fragmentos de sus cartas a los jesuitas. En un convento de Francia a la priora de las Carmelitas de Saint-Denis le interesaba cómo Mamá Antula organizaba las casas donde daba los ejercicios, y cómo resolvía conflictos entre los participantes. Así varios conventos franceses se reformaron y en Italia también la leían.
Estadía en Uruguay
“Quisiera andar hasta donde Dios no fuese conocido para hacerle conocer”, escribía Mamá Antula en una carta del 26 de mayo de 1785 escrita a su amigo el Padre Gaspar Juárez, un jesuita exiliado en Roma. Su objetivo era difundir los ejercicios más allá de América.
En 1791, luego de que le insistieran mucho en viajar a Uruguay a hacer los ejercicios -en 1783 había recibido la primera invitación- fue a Colonia del Sacramento y a Montevideo. En el primer destino hizo diez retiros y en Montevideo dio los ejercicios a quinientas personas. Por ese entonces Uruguay era una provincia del Virreinato del Río de la Plata.
Durante los siguientes tres años en Buenos Aires recibió a setenta mil personas.
Construcción de la Santa Casa de Ejercicios
En diciembre de 1788 Mamá Antula recibió una donación de tierra en plena Ciudad de Buenos Aires (la manzana ubicada entre Independencia, Estados Unidos, Lima -actualmente la Av 9 de julio- y Salta). Maria Antonia había pedido a los benefactores que dejaran asentado en las escrituras que las propiedades cedidas serían usadas con un único fin: la edificación de la Santa Casa de Ejercicios de Buenos Aires y de su beaterio. No será hasta diciembre de 1794 que Mama Antula obtiene los permisos del Cabildo para comenzar con la construcción. Le pusieron una condición: que alojara a las mujeres que necesitaban “corrección” por haber cometido algún delito (prostitución, aborto, adulterio). Para edificar, ella pidió ayuda a todos sus conocidos, incluido el gobernador de Córdoba y pidió limosna a Paraguay de quienes recibió ayuda.
María Antonia era muy detallista y estaba atenta a las necesidades de los participantes. Ideó ocho patios para iluminar los espacios. Proyectó veinticuatro celdas en la planta baja y primer piso para los ejercitantes. La número ocho pertenecía a Mamá Antula y era igual al resto.
El 7 de abril de 1795, apenas inaugurada, la casa comenzó a funcionar.
Al querer colocar la cruz a unos ocho metros de altura, un albañil cayó, y le informaron a Antula que había muerto. Ella, convencida, dijo: “No puede ser, no ha de haber muerto, porque en la cruz está la salud y la vida”. A solas, empezó a rezar, luego salió al patio donde estaba el hombre, lo tomó de la mano y le dijo: “Levántese hijo, que no es nada lo que tiene”. El obrero volvió a la vida, se puso de pie y subió nuevamente a colocar la Cruz.
El sacerdote Pedro Francisco de Uriarte, oriundo de Santiago del Estero y de visita en Buenos Aires, hizo los ejercicios espirituales y en una carta a Roma expresó: “Quedé asombrado en ver y observar la extirpación de casi todos los vicios y pecados que en esta Ciudad impunemente dominaban; al ver con mis ojos una casi total reforma de lujos y vanidad”. Este sacerdote decidió no volver a su hogar, y ser capellán de la Casa de Ejercicios.
Gran parte de los registros de los ejercicios espirituales se perdieron con un incendio de la Curia Metropolitana en 1955. Pero entre las personalidades destacadas que impulsarían el nacimiento de la joven patria argentina y que participaron de los ejercicios se encuentran: Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Manuel Alberti. Ambrosio y su hermano el deán Funes fueron amigos cercanos de Mamá Antula.
Dones sobrenaturales
Mama Antula tenía dones extraordinarios que quedaron registrados en la “Positio”, el documento vaticano que recopila toda la información sobre su causa de beatificación y canonización. Testimonios cuentan que en varias de sus casas de ejercicios se multiplicaba la comida ante la falta de alimentos. Se bilocaba, es decir aparecía en dos lugares al mismo tiempo, tenía visiones del futuro, mutaba las sustancias, entre otros dones especiales que se atestiguaron en reiteradas oportunidades.
Algunos hechos sobrenaturales de los que se guarda testimonio:
- ‘La casa de la Providencia’. Para Mamá Antula, dar de comer a todos los ejercitantes y hacerlo en abundancia y con calidad era una de sus prioridades, comenzando por quienes venían de lejos. Varios hechos sobrenaturales se replicaron numerosas veces en la casa de ejercicios durante su vida. Uno de ellos fue cuando más de 100 mujeres estaban de retiro. Preocupada, la cocinera le informó a la santa que solo había comida para 30; Mamá Antula, con la serenidad que la caracterizaba contestó: “No puede ser hija, ha de alcanzar, Dios proveerá”. Antula fue a la cocina, tomó el cucharón y enseguida las ollas se comenzaron a llenar. Fue tanta la abundancia, que lo que sobró pudo entregarse a pobres y presos. En otra ocasión en que eran hombres quienes estaban de retiro, se quedaron sin pan. La cocinera le dio aviso y Mamá Antula respondió: “No puede ser, Manuelito nos lo ha de dar, vayan a verlo”. Entonces la cocinera regresó a revisar el cajón donde lo guardaba y lo encontró repleto de pan.
- En el día de San Ignacio de Loyola Mamá Antula acostumbraba celebrar una gran fiesta en la que abundaban las velas. Finalizada la celebración, el cerero fue a calcular el consumo y cobrar el dinero. El hombre pesó muchas veces la cera que había quedado sin usar porque no podía creer lo que veía: la cera no solo no se había derretido sino que había aumentado 11 libras su peso original. Antula le regaló el excedente.
- Cierto día las tinajas de agua amanecieron vacías. En aquel entonces el agua era un bien escaso y no todas las casas tenían aljibe y pozo. Mamá Antula intentó comprarle a un aguatero quien, al pensar que le daría una limosna, se negó. Al rato, Antula dijo que volvieran a mirar las tinajas, milagrosamente estaban llenas.
- Un día cercano a la inauguración de la Santa Casa de Ejercicios, pasó un vendedor de jabón al que ella le solicitó pasas, alimento que él no vendía. Muy convencida, ella insistió. Cuando el hombre abrió las bolsas para demostrárselo, quedó deslumbrado al descubrir pasas de uva. Entonces decidió regalárselas a Mamá Antula.
- Un caso de bilocación fue cuando ayudó a un preso injustamente condenado apareciéndose en la casa del Virrey, solicitándole que reabrieran su causa. Así sucedió y el hombre se salvó.
- En una oportunidad se desató una epidemia de piojos que llegó a infectar a varios huéspedes en la casa. María Antonia hizo una procesión para rogar que desaparecieran. Al finalizar sus oraciones ya no quedaban piojos.
- En sus últimos años tuvo una visión mientras escuchaba la Misa en la capilla. Vio desembarcar en el puerto de Buenos Aires a un ejército de hombres rubios y lo interpretó como una amenaza a la patria. Dio aviso a varias autoridades para advertirles que se mantuvieran alertas. Posteriormente, se interpretó como una premonición de las invasiones inglesas de 1806 y 1807.
Devociones
San Cayetano
María Antonia tenía una gran devoción por San Cayetano y eso influyó en toda la sociedad argentina a lo largo de su historia, aún hasta nuestros días tan devota al santo del pan y del trabajo. Era un santo muy cercano a la Compañía de Jesús, contemporáneo de San Ignacio de Loyola. En uno de los primeros viajes que hizo Antula al norte del país, los indios le regalaron una imagen de madera del santo. Luego Antula lo haría patrono de la Casa de Ejercicios Espirituales, dado que la casa funcionaba solo con limosnas y de la santa Providencia. El virrey Santiago de Liniers fue asiduo visitante de esta casa.
El Sagrado Corazón
Mamá Antula era muy devota del Sagrado Corazón de Jesús (revelado a Santa Margarita María de Alacoque). En la Santa Casa de Ejercicios Espirituales las Beatas no solamente rezaban el “Detente”, sino que también confeccionaban estos sacramentales que protegen a quienes lo portan.
El Niño Jesús
Mamá Antula le llamaba «Manuelito», diminutivo afectuoso que tiene su origen en el nombre Emmanuel -Dios con nosotros-. Ella tenía un pequeño Niño Jesús en la Cruz hecho en madera que llevaba colgado de su cuello y a quien siempre invocaba para solucionar los problemas que se le presentaban cada día. Tenía la costumbre de llevarlo de casa en casa, especialmente cuando una mujer estaba por dar a luz, para propiciar un buen parto. Fue ella quien impuso la costumbre del “besaniño”, una práctica que aún no era conocida y comenzó a imitarse en las iglesias de la ciudad en Navidad. La práctica constaba de exponer al Niño Dios en los brazos de un sacerdote.
Si faltaba alimento para los ejercitantes Mamá Antula decía: “El Mañuco nos va a proveer” (Mañuco significa Manuelito en quechua), y así sucedía. Las personas que hacían los Ejercicios ignacianos con Mamá Antula se disputaban la visita del Manuelito, que se pasaban de casa en casa. Era tal la devoción por el milagroso Manuelito que en un momento Mamá Antula tuvo que pedirle a su amigo el Padre Juárez que le mandara a hacer uno de mármol porque el de madera ya estaba gastado de tantos rezos, besos y súplicas. El original de madera y el de mármol son reliquias que se conservan en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires.
Muerte de Mamá Antula
María Antonia falleció el 7 de marzo de 1799 a los 69 años. La hermana Isidora Sosa, una santiagueña que Mamá Antula había criado en Buenos Aires, la acompañaba. Ella fue testigo de la gran luz que encandiló la celda -como si fueran destellos de fuego- en el momento de su muerte. Otra hermana, Josefa Aparicio, afirmó que vio cómo el alma de Mamá Antula ascendía al Cielo como si fuera una paloma. Y todos los presentes fueron testigos de la intensa fragancia que emanaba su cadáver. Rápidamente se extendió la noticia y la gente hizo fila para ver por última vez su rostro, incluido el Virrey Antonio de Olaguer Feliú.
A pesar de su muerte, su obra continuó. Primero lo hizo a través de un grupo de mujeres «beatas», es decir, laicas consagradas que vivían en comunidad. Luego estas mujeres formaron una congregación religiosa llamada las «Hijas del Divino Salvador». En 1830 María Mercedes Cordova les donó unas tierras en Liniers.
Su antiguo deseo de crear una escuela para la educación de la mujer fue plasmado por las hermanas de su congregación. Éstas construyeron en 1875 una escuela rural y una capilla bajo la advocación de San Cayetano. Buscaron así llevar adelante el ideario que se desprende del pensamiento de la fundadora: la evangelización del pueblo desde su propia cultura y la integración social de los más pobres. La escuela fue pionera en la zona. El lugar comenzó a ser conocido como el “Apeadero de las Monjas”, hasta que las hermanas propusieron a las autoridades designarlo Liniers, en homenaje al amigo y benefactor de la congregación. El nuevo nombre se extendió luego a la estación de ferrocarril y al barrio circundante. Cuando la Ley Avellaneda estableció los límites de la Ciudad de Buenos Aires, las hermanas cedieron las tierras para el trazado de la Avenida de Circunvalación (actual General Paz). El colegio y la capilla debieron ser trasladados al lugar que hoy ocupan, a metros del primitivo edificio. En 1913 la capilla será declarada parroquia «hasta que se construya un nuevo templo en honor a San Cayetano», así reza el contrato de cesión entre la congregación de las Hijas del Divino Salvador y el arzobispado de Buenos Aires. El nuevo templo se construyó en el barrio de Belgrano, y el templo de Liniers no solo siguió siendo parroquia, sino que fue declarado santuario.
Camino de Santidad
Ya en vida Mamá Antula tenía fama de santidad, y por eso en 1905 se inició su causa de canonización, la primera en Argentina. El 27 de agosto de 2016 fue beatificada en Santiago del Estero tras el reconocimiento de un milagro que realizó post mortem. Se trató de la curación inexplicable en 1904 de María Rosa Vanina, una religiosa de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, que fue desauciada por los médicos tras contraer una sepsis generalizada, en un tiempo en el que no existía la penicilina, invocando la intercesión de Mamá Antula después de pocos días se curó.
El segundo milagro que se le atribuye a Mamá Antula le sucedió a Claudio Perusini (nacido en Santa Fe en 1959), quien en 2017 sufrió un “ictus isquémico con infarto hemorrágico en varias zonas, coma profundo, sepsis, shock séptico resistente, con fallo multiorgánico”. Ingresado en la unidad de cuidados intensivos del hospital José M. Cullen de la ciudad de Santa Fe en estado comatoso, el pronóstico era poco auspicioso o muy reservado, con muy pocas posibilidades de volver a la vida normal debido a las lesiones cerebrales irreparables. Permaneció 28 días en estado vegetativo. Fue monseñor Giobando, amigo personal de la familia Perusini, quien les acercó la imagen de Mamá Antula para que le recen cuando Claudio estaba internado en el Cullen. Desde aquel día el hombre lleva consigo aquella estampita. La tiene escondida en la funda de su celular. La sanación de Perusini no tiene explicación médica. Es que la relación entre los rezos y la curación se hizo clara y evidente. A esa conclusión científica llegaron los médicos.
Los restos mortales descansan hoy en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires.
María Antonia de San José fue canonizada el 11 de febrero del 2024.
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Bibliografía
https://www.saltasoy.com.ar/salta/el-milagroso-motivo-por-el-que-la-imagen-de-san-cayetano-solo-lleva-una-espiga-de-trigo/
http://sancayetanoliniers.edu.ar/historia-sanca/
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https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2023-12/dicasterio-causa-santos-canonizacion-mama-antula-argentina.html