París, Francia
La Virgen María se aparece en 1830 a una joven postulante a noviciado en el convento de la Rue de Bac, iniciando una era de apariciones que permiten catalogar a los tiempos desde allí en adelante como una verdadera era Mariana universal. Se habían producido diversas apariciones en los siglos previos: la primera fue la Virgen del Pilar en España, con María aún viva en la tierra, al apóstol Santiago, y luego muchas otras en distintos lugares y momentos. Pero la cantidad e importancia de lo que ocurrió desde la Medalla Milagrosa en adelante marcaron el inicio de los tiempos de María como Capitana de sus fieles hijos enamorados.
La Hermana Catalina de Labouré había luchado muchos años, desde niña, para realizar su sueño de ingresar a un convento y consagrarse a la vida religiosa. La temprana muerte de su madre la llevó a entregar todo su amor de hija a la Madre de Dios. Enfrentó tremenda oposición de su padre, vivió humildemente y con una escasa educación, esperando con paciencia que Dios haga Su Voluntad en su vida. San Vicente de Paul obró entonces un milagro: en un sueño le marcó a Catalina el camino a seguir, sin que ella llegue a reconocer en ese momento quien era el sacerdote que le hablaba así. Después de varios años, reconoció en su llegada al convento de la Rue de Bac al patrono de la orden de las Hijas de la Caridad en un retrato: San Vicente de Paul, muerto algunos siglos antes, era el sacerdote que se había presentado en sus sueños.
Segura a partir de allí de que estaba realizando la Voluntad de Dios, Catalina vivió desde sus primeros meses en el convento la Presencia Mística de Jesús: durante la Eucaristía El se presentaba a Catalina con ornamentos de Rey, pero mostrando los agravios que el mundo le realizaba a pesar de Su Divinidad. Catalina sólo confió a su confesor sus visiones, manteniendo el secreto de las revelaciones que recibía hasta el final de su vida. Pero ella secretamente añoraba la Presencia Mística de su amadísima Madre Celestial. Ante sus insistentes ruegos, en la noche del 18 de julio de 1830 un ángel se presenta a Catalina y la conduce a ver a la Virgen María, quien se le manifiesta esplendorosa en la capilla del convento. Dialogan durante más de dos horas, y allí la Madre de Dios guía amorosamente a Catalina hacia la obra que le encomienda.
Sucesivas revelaciones le indican la necesidad de difundir una Medalla por todo el mundo. Catalina revela el pedido a su confesor, quien sin el conocimiento de Catalina lucha y logra que la Medalla se diseñe y se difunda. La impresionante cantidad de milagros que se generan a partir de allí hacen que la Medalla Milagrosa sea distribuida en millones de copias por muchos países, sin que nadie pueda conocer el nombre de la vidente que recibió tan noble encargo. Catalina, en absoluta humildad, vivió en silencio y trabajo permanente toda su vida, hasta que una muerte apacible la llevó a losbrazos de su Madre Celestial por siempre. El mundo conoció entonces el nombre de la vidente que tuvo la gracia de recibir a la Virgen en la Rue de Bac: Catalina fue canonizada como Santa Catalina de Labouré, mientras su cuerpo milagrosamente incorrupto aún en la actualidad, es expuesto en París ante la admiración de las multitudes que la visitan.
La vida de Santa Catalina de Labouré fue de una simplicidad y humildad extrema, oculta totalmente de la vista de los hombres y de las cosas del mundo. Sin embargo ella vivió en silencio la Presencia permanente de Jesús, María, los ángeles y los santos, que la regocijaban con la promesa de la vida en la Patria Celestial. Catalina se entregó totalmente a la Voluntad de Dios, y ese fue su secreto: la obediencia total, aún sin entender, la humildad total aceptando el sufrimiento como parte del plan de Dios.
Admiremos una de las obras más importantes de Dios en nuestros tiempos: la Medalla Milagrosa es una imagen y un mensaje que nos rodea, por Gracia Divina. María merece todo nuestro amor de hijos, y este amor se alimenta con el conocimiento de la Presencia de Ella entre sus almas elegidas, como la sencilla y humilde Catalina.
¿El momento?
El siglo XIX es un momento de cambio para la humanidad. Después del impacto de la revolución francesa, el individuo y sus derechos empezaron a ponerse por encima de la necesidad de tener como referencia permanente a Dios. El crecimiento del respeto por la persona (un objetivo digno, en si mismo) trajo lamentablemente aparejada una tendencia hacia el materialismo, el individualismo y toda forma de mejora de la calidad de vida de las personas. Esto hizo crecer el deseo de gozar en esta vida, y olvidar o relegar los sueños de alcanzar la verdadera felicidad en el Reino de Dios.
María acompañó siempre la historia de la humanidad con sus apariciones, y cuando el hombre más se alejó de Dios, más se hizo presente Su Madre, como ocurre en nuestros tiempos.
¿El lugar?
Francia es un país elegido por la Virgen, ya que allí se han desarrollado muchas de las apariciones más trascendentes: La Medalla Milagrosa, Lourdes y La Salette. Y esta trilogía ha ocurrido en una sucesión de pocas décadas a partir de lo ocurrido en la Rue de Bac.
Evidentemente Dios considera a esta tierra un lugar especial, ya que a la protección que le concedió a través de Santa Juana de Arco, San Juan Bautista Vianney, Santa María Margarita Alacoque y San Vicente de Paul, añadió la Presencia impactante de Su propia Madre con imágenes y mensajes que hoy en día pueblan las iglesias y la fe de quienes buscan la puerta del Reino.
¿La vidente?
El 2 de mayo de 1806 nace Catalina Labouré, de sobrenombre Zoé, en el pueblito de Fain-les-Moutiers, en la Borgoña. Su padre, que era campesino y también alcalde del pueblo, era un hombre rudo, trabajador, taciturno, autoritario, profundamente honrado y cristiano, además de tener una frustrada vocación sacerdotal sobre sus espaldas. Su madre, Luisa Magdalena Gontard, era una mujer profundamente cristiana, llena de fe y piedad. Dios bendijo este matrimonio, del cual nacieron 17 hijos: siete murieron a una temprana edad, sobrevivieron solamente diez: 7 varones y 3 niñas. Catalina era la novena.
De su virtuosa madre recibió una sólida piedad y un gran amor al trabajo bien hecho, que fue su característica toda la su vida. Catalina no pudo acudir al colegio, por lo que no pudo aprender a leer y escribir sino hasta una edad adulta. La madre de Catalina murió cuando ella tenía 9 años, por lo que a partir de ese momento ella decidió adoptar a la Madre de Dios como su madre. Con el tiempo, Catalina debió adoptar el rol de mamá de sus hermanos, ya que su hermana mayor ingresó en un convento para consagrarse como Religiosa. Así se transformó en una silenciosa trabajadora rural, pero con gran esfuerzo acudía caminando varios kilómetros al día a recibir la Eucaristía. Su vida era trabajo, oración, ayuno en entrega al Señor, y todo en el más absoluto silencio, signo de su humildad. Catalina desarrollaba en su interior el deseo de consagrarse al Señor, pero no veía como podría enfrentar a su padre en semejante decisión.
Dios pone pruebas en nuestro camino, como a Catalina. Pero no lo hace porque no nos ame, sino todo lo contrario, lo hace porque nos ama infinitamente. El sabe que nuestra alma es como un metal que debe ser templado a través del fuego de la adversidad. El quiere vernos triunfar, para llegar así a ser almas puras y dignas de estar en Su Presencia.
El sueño de Catalina
Cierto día Catalina tuvo un sueño extraño. Se veía en la Iglesia de Fain-les-Moutiers, en su lugar acostumbrado, mientras un sacerdote desconocido celebraba la misa. El tenía una mirada suave y profunda. Terminada la misa el sacerdote se dio vuelta, y mirándola insistentemente, le hizo una señal para que se acercara. Pero ella, asustada escapó. De regreso de la misa (siempre en su sueño), Catalina se detiene en una pobre casa para visitar a una enferma. Entra y, ¡qué sorpresa!: el sacerdote desconocido se encuentra ahí, junto a la enferma, y dirigiéndose a ella, le dice: «es bueno, hija mía visitar a los enfermos. Hoy, usted se me escapa: pero, un día vendrá hacia mí. Sepa que Dios tiene designios sobre usted. No lo olvide». Catalina, una vez despierta, se llena de alegría sin poderse explicar el por qué. Y se pregunta el significado de este curioso sueño y el misterioso personaje, sin encontrar explicación alguna.
Dios utilizó a San Vicente de Paul para enviar un mensaje a una de sus elegidos, Catalina. Muchas veces el Cielo se sirve de ángeles y santos para hablarnos, a través de sus imágenes o del conocimiento de sus vidas. Conocer a los siervos de Dios es acercarse a Dios!
La vocación de Catalina
A los 22 años Catalina decide enfrentar a su padre en el pedido de ingresar como postulante al convento de las Hermanas de la Caridad. El padre, contrariado, se negó fuertemente pese a los argumentos y ruegos de Catalina. Ella obedeció, como toda su vida. Pero una tristeza la invade, para frustración de su padre. Con el sueño de que Catalina encuentre marido en París, la envía a trabajar allí al restaurant de un hermano mayor. Catalina llega así a París, donde lejos de buscar novio se inclinó aún más a sus deseos de una vida consagrada a Jesús. Con la ayuda de sus hermanos Catalina ingresa a un instituto de educación donde aprende a leer y escribir, pero viviendo en rechazo a la forma de vida de las demás jóvenes parisinas. Humillada a diario por ser una campesina ignorante, esto no hace más que reafirmar su fe y confianza en la Voluntad Divina.
La gran sorpresa
Un día Catalina descubre que cerca de donde vivía, en París, había una casa de las Hermanas de la Caridad: de inmediato decide ir a llamar a la puerta del convento de la Rue de Bac. Mientras aguarda que la atiendan, observa un cuadro en la recepción que llama su atención: un anciano sacerdote la mira con bondad. Catalina lo reconoce sin vacilar: es el sacerdote que había visto en su sueño, y que le hacía señas. Entonces recuerda lo que le había dicho: «Hoy, usted se me escapa, pero, un día usted vendrá hacía mí. Sepa, hija mía, que Dios tiene designios sobre usted». Se puede adivinar la emoción de Catalina. Cuando llegó la madre superiora, le preguntó: «Oh, perdón, madre mía…Por favor, ¿Puede decirme quién es ese anciano?. «¡Pero… es nuestro Padre San Vicente de Paul… nuestro fundador!», le contestó la superiora. La sorpresa dejó a Catalina sin palabras. De repente, lo había comprendido todo: Dios la llamaba a ser Hija de la Caridad.
El papá de Catalina fue convencido, con la insistencia del resto de sus hijos, de permitir el desarrollo de la vocación de Zoé. Así ella ingresó al convento de la Rue de Bac, en París.
Presencia de Jesús en la vida de Catalina
Durante los nueve primeros meses de su noviciado en la Rue du Bac, Catalina tuvo también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.
El domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la misa como un Rey, con una Cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la Cruz, como unos despojos desperdiciables. «Inmediatamente – escribió sor Catalina – tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas «. Pero Catalina guardaba un anhelo en su corazón: ver a la Virgen María, su amada Madre. Y así oraba pidiendo se le conceda esa gracia.
Mientras tanto ella se limitaba a contarle estas visiones a su confesor, quien fastidiado le indicaba que no debía pretender tener tales gracias siendo tan solo una poco preparada novicia.
La primera aparición de la Madre de Dios
El domingo 18 de Julio 1830 todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina. Cerca de la medianoche escuchó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y vio un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, el cual le dijo: «Levántate pronto y ven a la capilla. La Santísima Virgen te espera».
Sor Catalina vacila, teme ser notada de las otras novicias. Pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: «No temas, es casi medianoche y todas duermen muy bien. Ven, yo te aguardo». Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue. Por donde quiera que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado. Al llegar a la puerta de la capilla el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al instante. Dice Catalina: «Mi sorpresa fue más completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de medianoche». El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho. La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen.
El majestuoso ingreso de la Virgen María
Por fin el niño le dijo: «Ved aquí a la Virgen, vedla aquí». Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, «fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio». Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: «Mira a la Virgen». Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasó dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño le habló, no como niño, sino como un hombre muy enérgico y con palabras muy fuertes: «¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?. Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. María era la misma de Nazaret, no con un cuerpo de luz y de gloria, sino viva, humana. Y María era tal como en Nazaret, cuando hablaba familiarmente con Jesús, y ahora lo hacia con Catalina, dulcemente, como se habla a un niño. Allí pasé los momentos más dulces de mi vida, me sería imposible decir lo que sentí. Ella me dijo cómo debía portarme con mi director espiritual, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosas que yo había visto, y ella me lo explicó todo «.
Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamás podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas le fue impuesto el más absoluto secreto. Pero si sabemos que le confió una misión especial:
Dios quiere confiarte una misión. Te costara trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu conocerás cuan bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que lo digas a tu director. No te faltarán contradicciones, más te asistirá la gracia, no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez, ten confianza, no temas. Verás ciertas cosas, díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Luego María le realizó profecías sobre lo iba a acontecer en Francia en las siguientes décadas y también en la comunidad religiosa que ella integraba. Todas estas profecías se cumplieron de forma de dar confianza a su director espiritual, quien fue el encargado de difundir la obra de María encomendada a Catalina. La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.
Es maravilloso escuchar de la boca de Santa Catalina estos relatos: el sonido del roce del vestido de María permite imaginarla como una hermosa mujer, una Reina que se presenta a sus hijos para ponerlos bajo su Manto Celestial, para enamorarlos con su belleza y pureza infinitas.
Segunda aparición de la Virgen María.
La tarde el 27 de noviembre de 1830, estaba Sor Catalina haciendo su meditación en la capilla cuando le pareció oír el roce de un traje de seda, que le hizo recordar la aparición anterior.
Aparece así por segunda vez la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando Catalina quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza. Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una Crucecita. La Santísima Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al Cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla. María tenia tres anillos en cada dedo: el más grueso junto a la mano, uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo y llenaban toda la parte baja. Catalina observó que algunos anillos tenían piedras preciosas que lanzaban luces más fuertes, mientras otros apenas emitían luz. Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:
Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.
Con este mensaje claramente María nos invita no solo a orarle, sino a pedirle permanentemente sus gracias. También con estas palabras la Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo. El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz que salían de sus anillos seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.
La Medalla Milagrosa
En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: «María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti». Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda. Oyó de nuevo la voz en su interior:
«Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza».
La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla. En él aparecía una M, sobre la cual había una Cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los Corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas. La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: «En adelante, ya no verás , hija mía. Pero oirás mi voz en la oración».
En el anverso de la Medalla, la M de María sostiene la Cruz de Cristo, mientras que el Sagrado Corazón de Jesús está junto al Inmaculado Corazón de María. Se empieza con esta imagen a plantear el quinto dogma de Fe Mariana: María como Corredentora, Abogada y Medianera. María, inseparable de Jesús, nos muestra que Ella sufrió místicamente lo que Su Hijo sufrió física y místicamente también. En Amsterdam a partir de 1945 y en Akita, Japón, desde 1973, María consolidó este pedido a la iglesia: la aprobación del quinto dogma de Fe Mariana: María como Corredentora, Abogada y Medianera. Este pedido aún no fue satisfecho, pero quienes amamos a María esperamos pacientemente que se cierre de este modo el círculo de los cinco dogmas Marianos, tal como Ella lo pide.
La difusión de la Medalla Milagrosa
Catalina solo relató estas experiencias a su confesor y director espiritual, el Padre Aladel. El siempre le manifestó un gran escepticismo y guió a Catalina hacia un silencio profundo sobre estos hechos, al igual que la Virgen le había solicitado. Sin embargo, el Padre Aladel observaba que Catalina era la más inculta, la más humilde y la más trabajadora de todas las novicias, por lo que en su corazón crecía la convicción de que la Presencia de María en la Rue de Bac era cierta. También empezó a notar que las profecías que la Virgen le realizó a Catalina empezaron a realizarce a su alrededor. Sin decírselo jamás a Catalina, él convenció entonces al Obispo de realizar el cuño de la Medalla e iniciar su difusión en París. Fue tan masivo el desarrollo de milagros a través de la Medalla que su fama corrió rápidamente a través del mundo, multiplicándose su distribución a fuerza de testimonios. Uno de los milagros más conocidos ocurrió a un conocido banquero y abogado judío, Alfonso Ratisbone. El odiaba a los católicos desde que su hermano se convirtió y ordenó sacerdote. En medio de una de las habituales discusiones que solía tener contra el Catolicismo, le entregaron una Medalla que él aceptó llevar sólo para demostrar que no tenía temor de usarla. Dos días después y de modo totalmente casual, se encuentra esperando a un amigo en la puerta de una iglesia en Roma. No resistiendo la tentación ingresa a ella, y allí recibe la aparición de la Madre de Dios que reafirma a través de él la verdad de Su Medalla.
La fama sobre el bautismo y conversión del banquero Ratisbone dio la vuelta al mundo, junto a la imagen de la Medalla Milagrosa.
María envía un mensaje a través de este milagro: un llamado a la conversión de su propio pueblo, el pueblo judío. Ratisbone convirtió luego a cientos de judíos, fue un enorme trabajador en Tierra Santa, salvando y recuperando muchos de los lugares que Jesús tocó con su testimonio vivo. Nada es realizado por Dios en forma casual, todo tiene un significado profundo en los hechos realizados según la Voluntad de Dios.
Catalina en el más profundo anonimato
Terminando el Noviciado, Sor Labouré tomó el hábito en las Hijas de la Caridad, el 30 de Enero de 1831. ¡Qué alegría para ella !. Algunos días después, la cambiaron de casa y le dieron un puesto bien humilde, que correspondía a su falta de cultura: ayudará en la cocina del Asilo de ancianos del Barrio San Antonio. Deja, pues, el Seminario de la calle de Bac, donde ha sido tan feliz. Este dormitorio donde su ángel custodio la vino a buscar una noche, y en especial, esta capilla donde recibió gracias excepcionales. No le importa, va confiada en los que son la razón de su vivir: Jesús y María. Catalina se va alegre y serena a donde la obediencia la manda. Llega a esta gran casa, en la que pasará toda su vida. El asilo alberga a 50 ancianitos, es decir, que el trabajo no le faltará. Sor Labouré se entregará de todo corazón, sin permitirse jamás un instante de reposo.
Catalina, mudo testigo de la realizacion de la obra que se le encomendó
Catalina vivió el crecimiento de la difusión de la Medalla, sabiendo que todo el mundo se preguntaba quien sería la Religiosa que tuvo la gracia de ver a la misma Madre de Dios. Se sabía que una novicia en la Rue de Bac había recibido la visita de María y el pedido de la Medalla, pero nadie conocía la identidad de la agraciada. Ella escuchaba atenta los relatos sobre los milagros que acontecían, y en silencio se regocijaba por saber que María realizaba finalmente la obra que a ella había sido encomendada. Que feliz fue cuando recibió la primer Medalla!.
Muchas veces recibió presiones su confesor, el Padre Aladel, para revelar quien era la persona que había estado con la Virgen en la Capilla de la Rue de Bac, pero por nada del mundo él aceptó jamás contradecir órdenes expresas de la Madre de Dios.
El 31 de diciembre de 1876 muere Catalina, en medio de una paz y serenidad que produjeron admiración a sus cohermanas. Ella por fin pudo entrar al Reino de Dios, como su Madre Celestial le había prometido.
De tal manera, el mundo pudo conocer sólo después de la muerte de Sor Catalina, la identidad de la vidente que originó la devoción a la Medalla Milagrosa.
Santa Catalina de Labouré, y su cuerpo incorrupto
Cuando, 56 años después de la muerte de Catalina, el Cardenal Verdier hizo abrir su tumba para hacer lo que se llama «un reconocimiento de las reliquias» de la que iban a beatificar, se encontró su cuerpo tal como se lo había depositado. El doctor que levantó sus párpados, tras 56 años de entierro, sintió una intensa emoción al descubrir sus magníficos ojos azules, que parecían estar aún con vida: ¡esos ojos que habían visto a la Madre de Dios!. El cuerpo de Catalina fue trasladado entonces a la calle de Bac, donde se lo puede ver, hoy en día, en una urna de vidrio. Después de la beatificación que se realizó en 1933, catalina Labouré fue canonizada el 27 de Julio de 1947, por Pío XII, el cual declaró a toda la Iglesia:
«Decretamos y definimos SANTA, a la Beata CATALINA LABOURÉ».
La Medalla Milagrosa en nuestros tiempos
La imagen de María en la Medalla Milagrosa es una de las más difundidas en nuestros tiempos. Sus manos derraman rayos en forma de gracias sobre todos nosotros, mientras su mirada nos consuela y proteje.
No cabe duda que la Madre de Dios tiene un sentido fundamental en el plan Celestial para estos tiempos: sus pies pisan la serpiente, como símbolo del efecto destructor que el amor por María tiene sobre el pecado. Enamorarse de María lleva necesariamente al deseo profundo de no defraudarla, no decepcionarla. Y para ello, debemos recordar que Ella es la siempre Pura, la Inmaculada. ¿Qué creemos entonces que Ella espera de nosotros?